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ARMONÍA
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a veces es lo único que nos queda
a veces es lo único que nos queda
Isabel Alamar
Como
un trozo de pan que sube hasta alcanzar la ternura,
como
la madera unánime que arrecia en los brazos,
estos
ojos que se prenden de las alas.
En
nosotros, crece intensa la obediencia a la armonía,
encima
de las puertas,
pues
entre sueño y viento,
la
siembra nos deja el verde del calendario cuando amanece;
mientras
la gente común rastrilla los meses,
nosotros
hacemos de la sed ese mundo de fermentos.
Mientras
la oscuridad es para otros en las sienes,
nosotros
saludamos el tren de la eufonía,
el
milagro de caminar tres mil años en el desierto,
recordamos
que en vez de bajar,
debemos
subir a diario las escaleras
sin
más estaciones que la tapicería del parpadeo
sin
más desorden que la desnudez incógnita
de
la yedra del encaje
asistida
por el murmullo del remanso.
Y,
en esta sombra sosegada del azúcar,
el
instante se queda con los nombres,
¿es
fábula o alegoría la semilla blanca
que
brota de la propia esperanza?
—Yo
digo que ahora,
el
equilibrio es una conquista que nos amanece
junto
al pájaro ebrio de la cumbre,
acaso
la propia imagen, naciente,
de
esa labor que no admite apariencias, ni soslayos.
Ya
somos dos, el mar en un solo.
Somos
dos en un mismo muelle,
la
túnica de las aguas,
el
espacio donde los meses encuentran su acomodo,
para
no inmolar los propios sueños:
entre
el surco y el camino,
la
rama envuelve la trasparencia de los brazos,
y
sin reserva,
todo
lo lejano tórnase cercano con la complicidad
obediente
del espejo,
con
el mismo entusiasmo con que la memoria,
da
paso a la luz creciente.
Ahora
crece la mesa sosegada
sobre
lo que antes era poyetón de sombras.
Frente
a mí, el sembradío de la honda mañana,
este
ver el tiempo mirando el arado,
confiado
en el pétalo maduro
de
cuanto puede hacer la travesía al vencer el humo y la cruz.
Jamás
el caos tuvo la autoridad para humillarnos:
Lo
sé ahora cuando se abren los zaguanes del resuello,
lo
sé ahora cuando en el vestíbulo de la ventana,
se
asoman las trenzas
del
buen augurio;
a
cada paso, sin embargo, resguardamos la esperanza,
como
una faena diaria en el instante de la lluvia,
como
esa voz alta en el pecho de la linterna:
petrificado
el goteo,
el
faro del viento en la piscucha del suspiro,
vos
toda la música en la sien de las campanas,
anillo
de la parábola en el pulso.
Barataria, 2012
Del libro “BLUES”, 2012 (inédito). 140 pp
© André Cruchaga
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