Imagen: Internet
SIN PALABRAS
En
el paraíso de la página estás desnuda, sin palabras,
exhausta
en mis despiadados ojos y manos.
Con
los ecos de tu piel buscándome.
El
aire de los pájaros voló hacia nosotros.
Asida
estás a las luciérnagas del vértigo,
a
mis brazos de tierra,
al
hueco verde de mi boca.
No
concibo de otra forma tus cabellos,
sino
ríos enredados en mi aliento,
cuerpo
a cuerpo, absorbidos por el círculo umbilical.
Te
vuelcas y lo que puede ser mi voz se vuelve tinta.
—sombra
del azúcar sobre la cama.
Te
untas de mi donde se pierde el calendario.
La
lluvia abarca todo el universo de tu barco,
—lluvia
sin tiempo mojando tu respiración.
No
me dejas alfabeto ni sintaxis en el camino.
Te
inclinas y lames ascenso y susurros.
Al
borde del respiro miramos ondear el polen,
las
estrellas de la proeza y su fantasía,
la
quema del esplendor a ritmo de oleaje,
la
calidez del pantano, espeso de viento y horas.
La
entraña dilatada como la luz en los espejos.
Las
semanas se internan en el sueño.
En
el trigal del sudor:
hondo
cristal donde hundo mis raíces.
Te
pareces a una mañana con cierzo.
(O
a una mojada sombra
floreciendo
en la desmantelada sangre de mi trinchera.)
A
la ventana con sus contornos confidentes.
Te
cimbro, sentados, a la orilla del olvido.
En
el pétalo del petate.
En
la piedra desvelada del jadeo.
En
este firmamento sin ropa.
Es
así de simple cuando muerdes los sueños.
Y
desclavamos los canceles del pecho.
Es
así de simple cuando sajamos
la
tajuilla del presente en acecho.
Dejamos,
luego, que lo líquido se evapore.
Que
la caricia alcance la gracia del ala,
que
la memoria deshaga todos los años
y
solo quede el minuto.
Nada
es más inocente que precipitarnos en la sed.
Bebernos.
Desamueblamos.
Perder
nuestra memoria. Lamer lo improbable.
Hilvanar
en la piel otros orgasmos.
Hundir
el esperma sin pronunciar palabras.
Soltar
la tormenta sobre el párpado de los litorales.
Montar
el caballo hasta el límite del jadeo
hasta
copar el quejido del deshielo,
—trance
mayor del camino hecho.
Después,
todo vuelve a ser el vaso servido del eco,
el
mensaje intemporal del pálpito y su gozosa herejía,
el
vicio de recordar dos sombras unidas,
—el
calendario recorrido de pies a cabeza,
hasta
oscurecer de nuevo
en
el presente con todos los naipes de la semana.
Después
de todo, nuestra razón de ser siempre es la fuga:
quebrarnos
como dos vasijas compartidas,
en
el oasis terso
del
aullido.
Después
de todo, te huelo en mi locura viva de esclavo.
(De tu recuerdo, el galope de los
sueños y el aroma
de la desnudez y la rosa de tu
lenguaje en mi pecho.
Y el misterio ya lejano de la
herida.)
Barataria, 16.IX.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010
(Inédito) 160 pp
© André Cruchaga
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