Fotografía: Pinterest
A TRAVÉS DE LA VENTANA
…bosques de
rayos entre el agua nocturna…
Javier
Sologuren
No
sé cuándo, por primera vez, mis manos tocaron las ventanas:
la
palabra mundo sostenida en los sombreros del aire,
la
lluvia de los zapatos debajo de mi lengua,
el
pájaro con traje de sed,
la
costumbre de los ojos sobre la mesa verde del bosque.
—Los
relojes han transcurrido desde entonces. Desde entonces
y
para siempre los litorales.
En
las enredaderas,
la
puerta de la boca, la harina del cielo cimbrada
en
la conciencia,
las
vigas saladas de lo oscuro,
los
cementerios con la historia personal de mis amigos.
Llevo
quemado todo el misterio de los rastrojos,
las
antorchas de la respiración
descendiendo
hasta la lámpara vencida de los atrios.
(Me
he perdido en los líquidos, en la noche, la piedra, el ruido,
el
gusano, el sueño, en el calendario soluble del sueño.
Al
lado de tu cuerpo se quedan absortas mis costillas:
la
boca envejecida de los lázaros,
los
hornos que guardan nuestras almas.)
El
tiempo enredado en nuestras manos ha sido suplicante
y
escurridizo tal los nombres en el cuello de la tarde.
Juegan
los trompos como pájaros,
los
vagones de las hojas o ramas
en
la feria estupefacta de las telarañas.
En
este País de jeroglíficos, el cielo es una brizna convulsa,
y
la memoria un suceso terrestre de onomatopeyas.
En
el País, soñamos con puertos y campanas etéreas:
con
armónicas de temblorosa sal en nuestras bocas,
con
Ulyses y lenguas de mares remotos,
con
hormigas comiéndose la noche de la garganta,
con
árboles donde se pasea la ansiedad como un ojo ahorcado
en
las ramas de jardines olvidados.
Sobre
la hojarasca galopan los paraguas de los apóstoles:
las
catacumbas sin los sombreros del cáliz,
las
vigas del pan junto a los mendigos que emergen diariamente,
las
ventanas alojadas en la taberna de la mente.
El
bosque creció en la jaula de las espadas, en los alfileres,
creció
petrificado en el olvido, (prolijo de fotografías)
en
el reloj vacío de las manos, (tal una llaga golpeándonos)
en
la ojera oscura del aprendizaje. (Irrestañable en su certidumbre
oscura.
Cierto en los pálpitos segregados)
No
siempre cada día vivido ha sido compartido:
aquí
el fuego sobre el pecho ha construido cicatrices,
—caminos
torcidos de sepultureros,
guantes
trasnochados de linternas,
aullido
de sábanas desde las máscaras, fatiga de trajes,
perros
descendiendo a las venas,
como
el sonido arrancado de las orquídeas:
nos
muerde la sangre en el vaso de los párpados;
debajo
de los sueños hay raíces congeladas,
fríos
oídos de la tierra,
uñas
en las mochetas de las puertas, sin ángeles que hagan bien
su
oficio de alumbrar la boca sin poner candados
en
el talismán húmedo donde dialogan las campanas.
A
través de la ventana relampaguean los pasillos de la noche:
El
hijo pródigo arrinconado en su desierto.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011
(Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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