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ANDENES OPACOS
Así
he caminado siempre: entre escaleras y sombras mordiéndome
los
zapatos, los infiernos balbuceando puños, el País sucesivo
en
las enredaderas, los secretos, (suficientes
para levantar edificios),
rascacielos
de confesos monólogos,
mitades
de piedra en la perenne ráfaga del zodíaco.
Nos
harta la elocuencia siniestra de estos días:
el
columpio de los miedos, los días que se viven desmadejando
la
vigilia y toda su bocanada de espinas.
(Hoy he recibido cartas
de mis amigos, sus bocas lejanas y sanas
buscan los pétalos;
mientras aquí, todo es una extraña fábula,
casi como leer las
paredes del escolasticismo.)
Tras
el almácigo de las sombras,
el
calendario en su propio vertedero,
laderas
oxidadas del jadeo,
nostalgias
ceñidas a los poros, ojos colgados en la noche,
junto
al búho clavado en la mirada.
Hay
aceras sin rostro donde sepultan cadáveres;
la
taza de café se hunde en la sangre derramada,
en
el vaso adverso del aliento,
en
la aridez baldía del reloj con sus esferas
tropezando
con el viento.
El
pan apenas cavila en el ojo. El pan suicida de lo inexorable.
Los
andenes se han vuelto tribunales del desamor y la ponzoña:
anochece
en los paraguas menguados del follaje,
sube
el hacha sobre el cuello,
el
cierzo muerde la sal amarga de los gusanos,
las
ancas quebradas de los difuntos,
el
sorbo de aves de rapiña en el espejo.
Nadie
te mira en la selva presurosa de las escaleras,
en
el peldaño del polvo,
en
la saturación decadente de las pupilas:
nadie
te mira en la oscuridad del pulso, en la comarca del musgo
con
sus espejos empañados de saliva,
con
sus silencios de harina.
(Somos, prestidigitadores
y quirománticos a ultranza de la orina,
junto a la explosión
desequilibrada del aliento,
sin avanzar en la equidad
de la balanza, con el júbilo devorado
lentamente, por el hilo
ciego y roto de los arcanos.
El oleaje de la locura
nos muerde los sueños:
aquí, por desgracia, nos
estrenamos cada día en la herrumbre,
en la luciérnaga ordeñada
de la noche,
en la hamaca de la flama
del candil crepitante,
en la Gomorra del
hormiguero, —memoria respirada de la ráfaga.
A vos y a mí, nos duele
la lucidez de los corderos;
nos duele la desnudez sin
argumentos, la sombra desafiante
del galope, los aromas
apocalípticos de la indefensión,
los matochos insertos en
nuestras sienes,
la risa inclemente de los
espejos,
la unanimidad de la
hojarasca sobre el césped.
Vos y yo, hemos acumulado
cisternas de salmuera:
sustancias que cortan la
respiración,
y muñones de mariposas en
las criptas.
Vos y yo, nos hemos
olvidado de las manos y los brazos:
ahora tenemos arrugas
adustas e inesperadas levitaciones.)
En
cada andén transitado nos reclaman los alfileres y esa mudez
de
larva de las alcantarillas y ese llanto sísmico de cuchillos.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120
pp
© André Cruchaga
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