Fotografía: Pinterest
CÁRCEL
La vida me
arrastraba de la mano
hacia un verano gris.
hacia un verano gris.
Jon
Juaristi
En
esta tierra, de pies a cabeza; de este a oeste; de norte a sur,
los
brazos desnudos, arqueados, dentro del pozo del sigilo.
Los
huesos callados duelen en la piel, nos ciñen las cucharas
de
la respiración, la cara azotada por vientos fatigados:
andamos
en el pecho sordos bicentenarios, (niños
de soledades),
guacamayas
de meses sin almácigos,
meses
con hamacas de sal. Pocilgas de melancolía.
Nuestra
cama es cárcel de gritos congelados en la deriva:
morimos
aquí entre peñascos
derramados
por la rama del metilo;
ardemos
con la soga rota del aliento y no pasa nada:
el
vejamen ha sido la palabra exacta de lo vivido;
caminamos
dentro del muro que nos asesta ojos tristes,
amos
e imperios cocidos al carbón de los cuchillos.
Duele
en la frente el horizonte quemado del infinito:
el
cuerpo derribado todos los días, la mente saqueada,
el
espejo salpicado por tactos de granito.
Desde
siempre hemos tenido esta condición de novela negra:
cada
día nos encierra en su final oscuro;
cada
día, ciega la respiración de los besos, (la furia de los narcóticos)
la
verdad a medias de los que hablan o callan,
el
quiasmo severo del rostro hundido en el retrete secular.
La
vida en la filatelia descomunal de los barrotes:
el
miedo es la vianda desabrida de la ceniza
en
un País de desvaríos donde siempre hay desencuentros;
las
paredes nos enturbian cada vez la mirada,
cada
vez más noches
y
la ropa sucia tendida en las calles,
las
noches sobre los meses de invierno de las tejas.
—(Yo, vos, luces mortecinas
alrededor de los silencios de la
noche, en la hamaca
de los eucaliptos, en las persianas
ajenas a los ojos.
No sabemos hacia dónde nos avienta el
puño del granito,
ni el final de esta zozobra de
serpientes,
ni la estatua sin listerine en las
encías,
ni las pupilas alborotadas
del desprecio, ni la envidia en
caricias de terciopelo.)
—Nos
toca caminar entre el silencio de los muertos:
a
menudo nos quedan grandes las mortajas,
no
así los grilletes de la tristeza.
Ojalá
un día todo sea olvido:
olvidar
nombres, muertos, besos, cuerpos putrefactos,
murallas,
mares que andamos;
ojalá
esta cárcel no termine de cercenar la conciencia
y
nos convierta a todos,
en
invisibles latidos de espuma.
Por
ahora, me quedo desenredando pájaros debajo de la sábana:
sin
pena ni gloria las explosiones ciegas de la ceniza,
simples
mortales en el ruidito de los serruchos,
ahogados
en la otra página de nuestra destrucción.
Solo
el mundo memorioso de los orgasmos fenecidos,
tiene
cabida en la antivida de este hueco sin luz.
Uno
es presa fácil en las concavidades de la noche.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito)
120 pp
© André Cruchaga
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