Fotografía: Pinterest
HISTORIA DE LA
OSCURIDAD
…como si, en ella, el
largo tiempo oscuro de los hombres
No hubiera sido más que
clara eternidad.
Juan Ramón Jiménez
Es
la misma historia que nos descubre los días de la semana:
ojos,
manos, trazados al esbozo de los grises, oscuros pájaros
en
las rodillas, estribaciones de polvo en los dientes,
dientes
del humo, desgastados en la hoja desprendida de la respiración.
De
la oscuridad somos, veneno en los costados,
pasmos
que sustentan
la
escalera del tiempo con sus monedas gastadas;
bajo
el martillo disfrazado del hisopo, las estatuas calladas
de
las armónicas, la nada al filo del ahogo,
dios
en el frío de la danza del césped, largo cielo de horizontes
falsos,
moho sobre la sal de los abrojos.
Sobre
las palabras nos fue dado este purgante de cuchillos.
La
historia reiterada en los obituarios de la respiración.
Siempre
le pregunto a mi sombra por la oscuridad que emerge
de
los candiles, por la boca que duele en el hollín de los párpados:
(nos hemos gastado desde las sienes a
los pies
y sólo tenemos grises noches sin
seguro de vida.
Nada hubiese sido mejor que
hundirnos, arder en el sarcasmo,
a fin de cuentas es igual a estar
purgando pena en el infierno:
duele el verde apagado del destello,
la falta de manos y mesa y abundancia
de noches.
Duelen las mañanas sin el canto del
cierzo, minutos oscuros
del pecho, cuerpos para estar en la
dureza de la avaricia:
siempre es así cuando la aurora
amanece con los zapatos cansados,
cuando las mañanas muertas no oyen
los cadáveres,
ni repica el agua del tejado.)
Todo
cuanto llega a las manos, es promesa de oscuridad:
los
sueños en el taburete impreciso del asombro,
el
pan tosco de las piedras, el taburete de la sombra,
olvidado
en el traspatio de la luz,
a
media luz de la respiración y el frío.
Siempre
la misma oscuridad en la lápida de los cementerios;
el
mismo resoplido, salvo el pan que cambia de levadura,
la
hoguera convertida en escoria,
la
piedra súbita del reloj, y el pudor que se convirtió
en
catecismo, y en manual, el espejismo.
Esta
nuestra historia madura los guijarros:
la
oscuridad impuesta como una semilla de rugoso santuario,
nudos
de ceniza iguales a la belleza de una rosa ciega,
nubes
de retorcida luz, gotas de sangrantes palabras,
ahí
donde el pubis oscurece los días de la esperma
y
los días se vuelven herramientas irreconocibles.
El
porvenir también tiene oscuridades, aún más densas
que
los guantes o el granito: tempestades propias de la noche,
árboles
de súbito, permeados, por la sal de la ola.
¿Alcanzaremos
un día el sudor blanco de los pétalos,
el
fósforo infinito del vuelo?
—En
esta historia, la oscuridad es terrestre
y
como tal, las esquinas de la noche nos corroen hasta el delirio
de
los peces en las aguas profundas de la memoria.
Desde
el primer paso o lápida, asoma su cuerpo de desvarío.
Agrias
pocilgas fluyen en la conciencia.
(No hay asilo ni jubilación para toda
la inmundicia consumada.)
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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