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HUMEDAD DEL SUEÑO
Ahí,
en la almohada, se precipitan todos los sueños.
La
realidad que hoy no tiene sentido ni garantía.
La
palabra, de pronto, pierde
su
propio parpadeo; y queda la maraña del aserrín del diccionario
sin
más utilidad que una escalera para subir o bajar el abismo.
Huele
la humedad de los pretéritos.
Huele
el hollín de las posibilidades. El dedo sobre las miserias.
Huele
el espacio de la memoria a incendio forestal.
Huele
a alfileres este sofoco de olas, de sal, de bocas raídas.
Un
día nos afrentan los olvidos del destello con las ojeras del semen.
Un
día (el día) nos asedia el tropel de lo vivido.
El
casco del vaho, la herradura de sal de la boca del vendaval.
La
conspiración del desempleo.
La
humedad del sueño quebrado en las paredes,
—el
moho extendido en la cobija con hongos,
Y
el aliento enraizado en el guacal de las paradojas.
De
pronto, uno duda hasta de la humedad de las brújulas.
A
menudo en los puertos tiembla la neblina.
Habla
el perro con su quebrado latido.
Juegan
los cementerios sobre los nichos con olor a mariposas.
Muge
este olor a humedad envejecida.
El
sueño hecho cada minuto,
entre
el fósforo y el espejo, entre el juego de las ventanas y el aliento.
Llegados
han sido los maniquíes a mi olfato.
San
Salvador no se puede comparar a otras ciudades del mundo:
ni
el río Lempa al Mississipi,
ni
nuestro areópago a un tablero de ajedrez,
ni
los mariachis de aquí, a los de Méjico,
ni
nuestras bailarinas, a las de Río de Janeiro,
aunque
el hambre de aquí puede ser igual al hambre de África,
la
Electra de aquí, no sé si será igual a la Electra de otras naciones:
(dadas las idiosincrasias
culturales.)
En
fin, el moho crece como una araucaria.
Se
ve el exceso en los muertos. Se ve en las bocas ávidas de sexo.
Justo
en el poderío de las manos,
en
el manubrio cerrado de la asfixia.
De
tantos olores húmedos se han hecho los ríos del olfato.
Los
puentes colgantes del sueño,
el
suicidio abrasador de los pezones, la sartén de la lujuria,
el
cuerpo entero de las substancias cárdenas.
Cada
vez se hace necesario jugar a la farsa,
sobre
todo en los tiempos de crisis,
—en
los momentos perversos de la historia.
A
modo de colofón, zumban los olores en el sueño:
pasa
el tráfico con su reloj de axilas, rompiendo ataduras
con
el pelo parado del arrebatamiento.
La
humedad del sueño sigue: es una lezna de burdeles
en
el aliento, una forma de pronunciar ciertos nombres,
hasta
horadar el cuerpo
y
sus proximidades de atesorada tormenta y sus degüellos.
Barataria, 05.X.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160
pp
© André Cruchaga
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