lunes, 11 de diciembre de 2017

ESCOZOR DEL VÉRTIGO

Fotografía: Pinterest





ESCOZOR DEL VÉRTIGO




desde el árbol sin hojas,
otra vez, como ayer, como mañana,
acaso ya como todos los días que vendrán, si es que vienen,…
Eugenio Florit




En medio de  tanta historia, el sueño se torna en vigilia:
hay miedos que apenas se pueden explicar,
días donde el viento nos ayuda
a vivir después de todo, con la roca visible de las calles.

Deseo soltar las recurrencias, todos los fríos que siento
en los andenes, la bufanda de humo de mi boca.

El vértigo de toda esta oscuridad rompe las palabras.

 (Vos, abierta a la fragancia de los relámpagos,
desnuda en la noche, abundante en la luz
espesa de césped, destellante en las travesías del invierno.)

A veces me contagian sin sentido los paraguas colgados
de las mochetas y el desdecir de los límites que se incuban.

Cuando amanece, deseo disolver las sábanas, cada huella;
después vagar con la muerte del lenguaje:
no sé dónde concluyen la misa los relojes,
los mercados donde nadie compra palabras,
las parábolas intensas, los adagios,
los proverbios para la vida santa,
el tropel de las sombras sobre la tinta de la página.

(Me muevo en medio de esos albergues sediciosos que Dios
creó para hacer tangible la inteligencia: el vértigo está ahí
en el que te quiere despojar las vestiduras
en ese que dice y desdice en las tormentas, en tu prójimo
que a menudo es clavo o alfiler, es nube encanecida,
envidia del tamaño del cielo.)

Casi nunca me acerco a los sepultureros,
ni al misal de las hipocresías,
ni a la limosna bizca del que quiere que sólo su jardín florezca,
cuando vive en medio del páramo,
cuando no le alcanza la mesa con sus muertos,
deudos o demonios.

Afuera perdemos la lengua en boberías; adentro,
las cosas cambian:
ahí está la ventana en el tintero del vértigo,
los juegos invisibles de la flama,
los ojos cuarteados de las arañas,
la mendicidad en las monedas del insomnio.

De pronto uno tiene que lidiar con tantas sombras ecuestres;
saludar los sofismas,
desviar la mirada para no hacer evidente la molestia o la sospecha,
traicionar las propias convicciones,
porque la honra, aquí,
es para quien la desea, no para quien la merece,
no para quien bebe en el pozo del día
y no en el dedo oscuro de la noche
y no en los demonios disfrazados de ángeles,
y no en el arribismo del hampa con “buenos modales”
o con escapulario entre las manos
y San Antonio del Monte, ajustado al pecho.
En este escozor, la noche se alarga y el día se acorta.

¡Es terrible descender a los infiernos para constatar tanta miseria!

Hora oscura el bocado en la boca.
Ahora, aquí, reconozco
que hasta las lealtades son efímeras:

vastos campos de hojarasca se yerguen sobre las sienes.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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