Fotografía: Pinterest
ESCOZOR DEL VÉRTIGO
desde el
árbol sin hojas,
otra vez, como ayer, como mañana,
acaso ya como todos los días que vendrán, si es que vienen,…
otra vez, como ayer, como mañana,
acaso ya como todos los días que vendrán, si es que vienen,…
Eugenio
Florit
En
medio de tanta historia, el sueño se torna en vigilia:
hay
miedos que apenas se pueden explicar,
días
donde el viento nos ayuda
a
vivir después de todo, con la roca visible de las calles.
Deseo
soltar las recurrencias, todos los fríos que siento
en
los andenes, la bufanda de humo de mi boca.
El
vértigo de toda esta oscuridad rompe las palabras.
(Vos, abierta a la fragancia de
los relámpagos,
desnuda en la noche, abundante en la
luz
espesa de césped, destellante en las
travesías del invierno.)
A
veces me contagian sin sentido los paraguas colgados
de
las mochetas y el desdecir de los límites que se incuban.
Cuando
amanece, deseo disolver las sábanas, cada huella;
después
vagar con la muerte del lenguaje:
no
sé dónde concluyen la misa los relojes,
los
mercados donde nadie compra palabras,
las
parábolas intensas, los adagios,
los
proverbios para la vida santa,
el
tropel de las sombras sobre la tinta de la página.
(Me muevo en medio de esos albergues
sediciosos que Dios
creó para hacer tangible la
inteligencia: el vértigo está ahí
en el que te quiere despojar las
vestiduras
en ese que dice y desdice en las
tormentas, en tu prójimo
que a menudo es clavo o alfiler, es
nube encanecida,
envidia del tamaño del cielo.)
Casi
nunca me acerco a los sepultureros,
ni
al misal de las hipocresías,
ni
a la limosna bizca del que quiere que sólo su jardín florezca,
cuando
vive en medio del páramo,
cuando
no le alcanza la mesa con sus muertos,
deudos
o demonios.
Afuera
perdemos la lengua en boberías; adentro,
las
cosas cambian:
ahí
está la ventana en el tintero del vértigo,
los
juegos invisibles de la flama,
los
ojos cuarteados de las arañas,
la
mendicidad en las monedas del insomnio.
De
pronto uno tiene que lidiar con tantas sombras ecuestres;
saludar
los sofismas,
desviar
la mirada para no hacer evidente la molestia o la sospecha,
traicionar
las propias convicciones,
porque
la honra, aquí,
es
para quien la desea, no para quien la merece,
no
para quien bebe en el pozo del día
y
no en el dedo oscuro de la noche
y
no en los demonios disfrazados de ángeles,
y
no en el arribismo del hampa con “buenos modales”
o
con escapulario entre las manos
y
San Antonio del Monte, ajustado al pecho.
En
este escozor, la noche se alarga y el día se acorta.
¡Es
terrible descender a los infiernos para constatar tanta miseria!
Hora
oscura el bocado en la boca.
Ahora,
aquí, reconozco
que
hasta las lealtades son efímeras:
vastos
campos de hojarasca se yerguen sobre las sienes.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011
(Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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