Fotografía: Pinterest
MEMORADO DE BALCONES
Provocador
de las grandes fuentes sombrías,
Alojado en
la voluntad animal.
Francisco
Maradiaga
En
la emboscada se abren los balcones clandestinos del aliento,
la
aurora en la escalera del aliento, el tiempo desconocido
de
las abejas en la rama de las lágrimas que una vez fueron
el
vilano de la ebriedad.
Como
en Luvina, sólo vivimos nosotros,
cargando
la hamaca de tantas dudas, el loco caballo perdido
de
la cordura, el taburete blando de las nubes,
la
puerta que a veces respondió a los dictados del pecho.
Desde
la neblina los días huraños de las sombras
Mordiendo
hasta el cansancio,
o
el simple delirio de ver la campana del horizonte.
Todo
cuanto se abre, lo ve el tejado de los ojos,
crece
la mata de la respiración desde su tallo de eucalipto.
Persigo
el corazón hipnotizado de los gorriones,
cada
hoja de árbol que cae y fermenta el humus de las cosas,
de
tal forma que los ojos deletrean el confín profundo de los muertos.
Veo
cierta obsesión por las apariencias,
es
una labor de minuciosa competencia, —¿para qué, me digo?—
sin
duda para triturar los sueños que no son dados con naturalidad
por
el arcano de la lluvia,
al
peculiar espejo de la miseria humana que nos adentra,
sin
decirlo, en otra armadura sin cabellos,
sin
sesos, sin alma.
Escribo
hipnotizado dentro de las paradojas del arco iris.
Abro
los espacios de hoy y de mañana, y resulta difícil,
caminar
entre neumáticos gastados y grasientos,
entrar
a comedores donde nadie ríe,
ni
ve la ciudad sin camisa sobre el plato, el goteo de las axilas,
el
pudor dibujado de los genitales cubierto con servilletas
mal
lavadas, saleros que se abren a las moscas
como
el paisaje de todos los días en nuestras calles.
Después
de todo, arrimo el pie al taburete
en
donde la conciencia se sienta cansada de tantos golpes.
¿Qué
pasará después, al término del día cuando el café espeso
Haya
hecho el efecto deseado
y
sigamos retenidos en el colador mezquino
del
subdesarrollo, tras la propia partida del sosiego?
Sin
duda, habrá de sacudirse la fatiga, el horizonte amontonado
de
piedras, los suspiros de la sed sobre la tierra,
el
maquillaje hundiéndonos de los pies hasta las sienes,
sonámbulos
de tanta distancia,
del
guardapolvo de los armarios,
quizá
para sofocar el fuego o esconder el cuchillo amarillo
con
avidez de gargantas de los desquicios.
Al
final me resisto a renunciar a la lucidez de un pubis
en
mis pupilas,
me
niego a la espuma y al miedo,
me
niego al trance de lo ilusorio, aborrezco los montepíos
y
las cantinas, las tarimas amedrentadas sobre los ojos.
Empiezo
a dudar de la alegría con aplausos.
Cuando
el aliento llega a mis manos puedo recoger las semillas
trabajadas
con sudor y tinta, con sucesivas palabras inocentes.
Barataria.
Del libro “A MANERA DE POSDATA”,
2011 (Inédito) 130 pp
© André Cruchaga
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