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REMANSO EN EL ESPEJO
Primera canción de las
palabras torpes,
simple como el agua, yo no sabía jugar.
Miedoso de la lluvia, orador silencioso,
hallé mi primer amigo al fondo de un espejo.
simple como el agua, yo no sabía jugar.
Miedoso de la lluvia, orador silencioso,
hallé mi primer amigo al fondo de un espejo.
Alberto Rojas Jiménez
Torpes mis manos al caer mi cara sobre el espejo.
Me inclino y sonrío muy cerca de lo blanco.
Miro, taciturno, (sin que me desquicie)
hacia el horizonte donde todo se pierde sin alcanzarse.
A veces una sonrisa es la sábana que cubre el alma.
A veces la confusión es igual a una piedra oscura,
—piedra febril, tal los objetos que no hablan.
Tal esta ventana del remanso:
Única luz en el aliento. (Única en el tiempo de las pupilas.)
Un día adopto el asedio del espejo:
torpe mi cara en la otra cara del tiempo,
en el miedo latente apoyado a la noche.
Muerden los ascensores del mimetismo.
El corazón ahogado en los ladridos,
la lluvia mortecina de los puñales y los alfileres.
Le tengo miedo a los meses negros de las tumbas.
A la sombra que tirita en mis calcetines,
al ruido de las talabarterías,
a la confusión de los hospitales,
a los paraguas con ese dejo de umbroso olvido,
a los caminos que agrieta el vinagre,
a los huesos que de pronto parecen bosques blancos de
cal.
Huyo del grito y de las habitaciones funestas.
Huyo de la mesa sin alas y del corazón con reuma.
Huyo de la piedra del grafiti.
Huyo de la escritura gastada en el asfalto.
Huyo del agua atribulada en el animal moribundo.
Huyo del plato solo del pájaro, del cadáver que guarda
mi delirio.
Huyo de la miel sin cuchara. Del predicador en
funerales.
Huyo de la noche ahogada en los ojos.
Huyo interminablemente de la salmuera.
Huyo de la mosca paralizada en los ojos.
Del humo desplomado en la garganta.
Del párpado desangrado como un tomate o una ciruela.
De las lágrimas sin pila bautismal.
Alrededor de mí, los juegos torpes del azar.
El pie enterrado en la breña,
sin apaciguar la dentadura de la intemperie.
Entre aceites comestibles, sube el follaje sombrío
hasta la copa
de las sienes: siempre el éter de las turbulencias,
extenuada el alma, gusano de la noche con vestimenta.
Y sin embargo, hurgo en mis bolsillos.
Al final, solo quiero un remanso de sonrisas.
Y no la piedra, en su oquedad, subiendo al rostro.
Barataria,
Del libro “TRAGALUZ”, 2010
(Inédito) 160 pp
© André Cruchaga
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