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HIST0RIA
DEL FRÍO
Ahuyentados los mantos del olvido
se oculta el alarido en las voces del búho…
Clara Janés
Vengo del frío engendrado por
el miedo a la escarcha
de las relojerías. A las
estaciones donde ancla la soledad.
Vengo de la alianza
subterránea del azúcar,
de añorar el odre del
incienso, de tantos días dejados
a la buena suerte:
toda historia se vuelve
presente en la conciencia,
presente perpetuo a la hora de
transpirar
la luz circular del candil,
y morder el tiempo con un
abrigo de enredaderas.
He transitado las aguas más
oscuras del aliento,
la intemperie punzante de los
manteles y he tenido,
como sábana, los guijarros,
la levadura del fermento en la
ansiedad descampada
de los maniquíes fríos de las
orugas.
Muchas veces me he visto
mojado por las aguas de la muerte:
el éter haciendo costra en mis
poros,
el rostro desangrado por el
barro,
pobre de tortillas en el
reparto,
taladrado por extrañas agujas
en la garganta,
fatídicos caballos enmohecidos
con paraguas ciegos,
con crines de espuma
despojando la boca
de cualquier caricia.
El tiempo clavó todos los
gritos en las pupilas.
Descarnó los sueños,
vomitó cruces en los tobillos
al punto de empantanar
los tendones de las
estaciones,
la boca del perro lamiendo la
clavícula.
Entre la maleza, enloquecí de
tumbas, escribí,
desde entonces, epitafios a la
noche;
con la sed, arrasé caminos,
ventiscas y muros
y labios cansados de esperas
infructuosas
y el estruendo de peces
amotinados.
No dispuse de abrigos para
soportar todas las goteras,
ni aleros para ocultar tanta
ansiedad,
ni aperos para labrar el ojo
de esos tiempos adustos,
encandilados abrojos en la
yema de mis dedos,
desveladas palabras a imagen y
semejanza del albergue
desterrado de mi germinación
doméstica.
Todo el frío hizo temblar las
bisagras de los huesos.
La piedra del insomnio fue
eso:
piedra doméstica en los
dientes,
despojado de cualquier
vestimenta,
herido en el aliento,
mientras los círculos giraban
inagotables,
en tardes invisibles.
Ahora es carne viva la
historia de mi boca:
hierven los fantasmas
al contacto de la niebla y las
lámparas,
al roce de las aguas
profundas, días sin sábanas al
abrir los ojos,
caballos rompiendo el césped
de las estrellas,
lunas hundidas en las raíces
de las sienes,
lanzas como alas siniestras,
elevadas
a esperanza o a barcos
decapitados. A cuellos rotos.
(Después, lo describo todo en
mi cuaderno:
fui por largo tiempo el ayuno
irreparable,
el olvido inverosímil dentro
del cedazo,
el trino inmolado por el
escombro como tantos
otros sin ninguna compañía:
sólo la indigencia en medio
del frío,
bajo el sombrero ciego de los
sueños,
sobre los andenes donde
todo mundo camina con
desconfianza,
entre el bostezo purulento de
los vertederos. )
Barataria,
Del libro “A MANERA DE POSDATA”, 2011 (Inédito) 130
pp
© André Cruchaga
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