Fotografía: Pinterest
INVENTARIO ÍNTIMO
with night approaching
we all become vulnerable
everything seems to move
slower
as time drifts
apathetically…
A life once lost
Sobre
la rama de los pinos, la sed de los armarios:
el
tallo arrancado del subsuelo, la piedra desmoronándose
en
los dedos del cielo.
Cada
gesto es una hondonada en la memoria,
—el
camino de las raíces
tiene
fuegos inciertos, repisas encalladas en el agua
de
los párpados: campanas líquidas donde la memoria
se
alimenta del desecho de las sombras.
A
menudo hay necesidad de etiquetar los sueños:
masticar
ciertas espesuras,
deshacer
las palabras en las baldosas,
triturar
la apariencia de las ventanas,
repensar
el pudor del césped.
De
pronto uno queda desarmado frente
a
las aguas de la idiotez:
—el
ventarrón de los espejos con sus antiguas desgarraduras,
la
jaula decadente de los ojos,
la
incoherencia de las puertas en su tránsito suicida,
el
escalofrío de los suspiros en guacales de lunas:
el
tiempo muerde el aroma de los encajes profanados,
—la
noche diurna sostenida en las encías,
el
sudor sediento de polillas.
Todo
el tiempo ha sido de recoger la ropa acumulada
en
el hueso insomne del polen,
armar
compulsivamente el desatino del zodíaco,
quitar
las piltrafas que quedan en la cobija,
guardar
silencio, frente a las alas oxidadas,
de
las paredes plurales del pánico.
(O
de la desnudez muerta del grito.)
Entre
hacer y deshacer el desvelo y sus secuelas,
el
aliento desteñido del aserrín.
Pienso
en lo irrestañable de los crucigramas,
en
medio de toda mi anemia acumulada:
el
polvo desprendido de la desventura,
el
invernadero de la alacena sin dientes,
la
taza de café olvidada en las hormigas,
los
dientes imprevisibles de la claridad,
feroz
azúcar del semen aglutinado,
en
el inventario de las escaleras
con
sus peldaños oscuros, a punto de ser,
odio
deshojado, simple ceja invadida
por
los desajustes del espejismo:
(cuando
estoy próximo a tus brazos,
también
viene la piedra visceral de las sombras,
el
derroche de la inclemencia, las aguas sin rumbo,
arraigados
espejos sin cábalas, escarnios.
Todo
se vuelve pastosa arena en los ojos:
sillas
de hiriente espera,
taburetes
de errática orina,
monólogos
de húmedas estampillas,
semanas
en frascos de nitroglicerina,
inodoros
de lejana respiración. Muerte incesante.
Al
final, nada queda en el olvido:
la
hoguera desollada como un duende en bicicleta;
los
archivos, recónditos en el alma:
áspera
urbanidad
para
acariciar los despertadores, extensos, en el aliento.)
Ahora,
en mi haber, el país de granito que escucho en mi fiebre.
Y
tus ojos de infinito muriéndose en mí.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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