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CESÓ EL TIEMPO DEL FUEGO
Se detiene
ese cuerpo desnudo
que abandonó hace tiempo. Se detiene,
y ahora te abre sus puertas detenidas.
ese cuerpo desnudo
que abandonó hace tiempo. Se detiene,
y ahora te abre sus puertas detenidas.
Dolors
Alberola
Ya
vuelves abrasada a la corriente de mis recuerdos.
Te
vuelves en el velamen que abandoné en la deriva
incandescente
de las llaves.
Ahora
de nuevo como todas las cosas prendidas en la madera
de
la noche. En aquella brújula dejada a las manos del viento.
Percibo
el cuerpo gris en mis amanecidas respiraciones;
el
cuerpo guardado en cofre,
tantas
calles después en pedestales desvanecidos.
Tantos
ahogos sobre la piedra hundida de los cimientos,
abandonos
duplicados bajo la lluvia de cierta congoja,
rostros
iguales a los sueños invertidos.
Vuelves
cuando la barba se volvió zozobra y sombra.
Cuando
el mundo ya no oscila en mis manos,
ni
el cielo es elmismo en la trama de los ojos.
No
siento los brazos que ayer fueron hamaca y ala:
predomina
el humo en la respiración disonante del vidrio.
—¿Dime
en qué pergamino se dibujan los acantilados,
el
filo debajo de la franela, los faroles rotos de la entraña,
la
multitud, acaso, en vilo buscando la misma Esperanza?
La
mitad del día es una ficción de peldaños,
escaleras
mudas, habitadas por extraños paraísos.
Vientos
de semana carentes de palabras.
Aquí
han transcurrido difíciles lámparas en los ojos:
fotos
amargas del sepia de los pianos y los candiles.
Acequias
de dudosa noche y faroles,
dioses
desdeñados por la escarcha de embiagados ataúdes.
Inviernos
de opacos parques, cadáveres de caliente lluvia.
Hondonadas
como el latido en las vísceras.
Imágenes
de dura piel.
Desembarco
de emociones arbitrarias.
Reminiscencias
del fuego,
estrechos
caminos para pensar el júbilo.
El
tul de los ojos se comió todo el islote de la marea.
Nadie
salió ileso
de
los hilos del destierro.
Nadie
ha vuelto a ser pájaro poblado de ramas.
Nadie
mastica hoy aquella tormenta de los cuerpos desnudos.
Pared
contra pared la tajuilla de sal en los pómulos.
Agónicas
bocas muerden el miedo,
el
taburete de la boca, el ritmo
seco
de los labios, el amarillo certificado del tedio,
el
pequeño resplandor de los aserraderos.
Nadie
duerme en paz frente a las fuerzas de la vida:
el
propio rictus de la zozobra nos mata el deseo,
el
jadeo amorfo en los tímpanos.
De
regreso al fuego, no.
Único
acto de teatro fue aquella chimenea
que
apuntaba a la madrugada; ahora debe dormir el oleaje
de
las ventanas, esas que despiertan la luz de la madrugada.
La
fatiga me lame la espalda,
mientras
los charcos de las sombras caen en mis ojos.
Anoche
partí, mientras las hojas de otoño cabalgaban,
hacia
el pan del olvido con todos mis sueños.
Cesó,
sospechosamente todo lo creado y lo nuestro…
Del libro “HUÉSPED DE LA FUGA”,
2010 (Inédito) 150 pp
© André Cruchaga
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