sábado, 23 de diciembre de 2017

CESÓ EL TIEMPO DEL FUEGO

Imagen: Pinterest





CESÓ EL TIEMPO DEL FUEGO




Se detiene
ese cuerpo desnudo
que abandonó hace tiempo. Se detiene,
y ahora te abre sus puertas detenidas.
Dolors Alberola




Ya vuelves abrasada a la corriente de mis recuerdos.
Te vuelves en el velamen que abandoné en la deriva
incandescente de las llaves.
Ahora de nuevo como todas las cosas prendidas en la madera
de la noche. En aquella brújula dejada a las manos del viento.
Percibo el cuerpo gris en mis amanecidas respiraciones;
el cuerpo guardado en cofre,
tantas calles después en pedestales desvanecidos.
Tantos ahogos sobre la piedra hundida de los cimientos,
abandonos duplicados bajo la lluvia de cierta congoja,
rostros iguales a los sueños invertidos.
Vuelves cuando la barba se volvió zozobra y sombra.
Cuando el mundo ya no oscila en mis manos,
ni el cielo es elmismo en la trama de los ojos.
No siento los brazos que ayer fueron hamaca y ala:
predomina el humo en la respiración disonante del vidrio.

—¿Dime en qué pergamino se dibujan los acantilados,
el filo debajo de la franela, los faroles rotos de la entraña,
la multitud, acaso, en vilo buscando la misma Esperanza?

La mitad del día es una ficción de peldaños,
escaleras mudas, habitadas por extraños paraísos.
Vientos de semana carentes de palabras.
Aquí han transcurrido difíciles lámparas en los ojos:
fotos amargas del sepia de los pianos y los candiles.
Acequias de dudosa noche y faroles,
dioses desdeñados por la escarcha de embiagados ataúdes.
Inviernos de opacos parques, cadáveres de caliente lluvia.
Hondonadas como el latido en las vísceras.
Imágenes de dura piel.
Desembarco de emociones arbitrarias.
Reminiscencias del fuego,
estrechos caminos para pensar el júbilo.

El tul de los ojos se comió todo el islote de la marea.
Nadie salió ileso
de los hilos del destierro.
Nadie ha vuelto a ser pájaro poblado de ramas.
Nadie mastica hoy aquella tormenta de los cuerpos desnudos.
Pared contra pared la tajuilla de sal en los pómulos.
Agónicas bocas muerden el miedo,
el taburete de la boca, el ritmo
seco de los labios, el amarillo certificado del tedio,
el pequeño resplandor de los aserraderos.
Nadie duerme en paz frente a las fuerzas de la vida:
el propio rictus de la zozobra nos mata el deseo,
el jadeo amorfo en los tímpanos.
De regreso al fuego, no.
Único acto de teatro fue aquella chimenea
que apuntaba a la madrugada; ahora debe dormir el oleaje
de las ventanas, esas que despiertan la luz de la madrugada. 

La fatiga me lame la espalda,
mientras los charcos de las sombras caen en mis ojos.
Anoche partí, mientras las hojas de otoño cabalgaban,
hacia el pan del olvido con todos mis sueños.

Cesó, sospechosamente todo lo creado y lo nuestro…


Del libro “HUÉSPED DE LA FUGA”, 2010 (Inédito) 150 pp
© André Cruchaga

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