sábado, 2 de diciembre de 2017

FRAGANCIA DURADERA

Fotografía de William Summers (Pinterest)





FRAGANCIA DURADERA




llega el amanecer,
con su color de abrigo de entretiempo
Jaime Gil de Biedma




Todos emigramos obsesionados hacia el muérdago
del calendario y su engendro de anegado cierzo.

La avidez resulta un comensal exigente,
cuando la suave hondura
de la inmensidad, inagotable, nos asiste en la fragancia
secular de los espejos y el aliento.

El pétalo rojo sube a la brisa del pájaro, cárdena la ventisca
acrecentada en la boca,
el alto árbol de la luz sobre la frente.

Hoy, la sequedad no tiene cabida en medio de las sábanas:
la voz no tiene duelos, ni las lámparas de oscuridad.
(Solo tu cuerpo amado hasta la saciedad, sin límites.)

Levanto el vuelo con el volumen de los párpados,
escribo sobre el hondo acantilado del árbol enfurecido,
busco los rieles de los muslos, el ojo en el tránsito:
separo los epitafios del aserrín de las entrañas
y dejo que los ríos transcurran con su estrella ceñida a las sienes.

Cuando el ahogo del reloj zumba en los eructos,
todo el universo alado se prende de la boca:

(vos, sin duda, aferrada al rojo de los sombreros,
al acto azul del degüello orgásmico, al paraguas engendrado
con paciencia en la alacena de los jardines.
Vos y sólo vos, piel con todas las esferas del estruendo,
con el subibaja precipitado del embeleso,
entre el azúcar del sueño y las extensiones de sudor del sexo.)

Se me antoja hundirme en mis propios olvidos:
encerrar el País de tu piel,
guardar en una alacena las caricias para los días de hambre,
—transcurrir, luego, en los aleros, en el tren del polen,
en el perejil de la sobrevivencia,
en la acequia del embeleso,
en la efemérides ilimitada de las colmenas,
en fin, en este aire envejecido de mi propia angustia.

—Hoy, frente a la ruina y el miedo consuetudinario,
dispongo de la complicidad del buen aliento:
la sábana abarca las dos sombras de la noche,
envuelve el tropel del frío:
los muslos ascendentes y confesos de la resurrección.

Está, pues, hecho el sueño. Hecha la tormenta y el estallido.
El cataclismo es un juego de poros;
nace el trote en las ventanas, (la longitud de la lluvia),
la cabalgadura del arcoíris en las consonantes,
la mesa obediente de la risa.

Todo se hace cierzo: juego de humedad en la sangre;
obsesa confidencia, historia erguida en la victoria.

Al final, siempre gana el folio del sol con su ardimiento,
el agua descalza en la liturgia de saber que la vida
es ir reescribiendo
el candil de las luciérnagas en el tórax.

—Desde el principio supe que la ráfaga es el cuaderno abierto
del karma. (Nadie muda los días almidonados e impasibles.)

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga





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