Fotografía: Pinterest
SÓLO LA OSCURIDAD
Y me anochece esperando
la mañana.
Roque Dalton
Nadie
existe en la luz, sólo la oscuridad asoma su tizón de pupilas.
He
sido rostro en la noche, estrella en el agua: fugaz como todo
lo
llega a las manos: todo el invierno nacido de los ojos,
la
boca, los utensilios del respiro, los pasos, la eterna conciencia
arrasada,
engendrada en los güishtes de las sombras.
Hay
días enteros de furia y ceños fruncidos: el harapo de la sombra
cubre
los poros, el cuerpo, la boca, las manos.
Las
cicatrices palpitan en el alfabeto de la oscuridad.
Alrededor
de la puerta nos asfixian los días sin párpados:
conmueve
la piedra de la noche en los dientes,
el
coro de los taladros, la voluntad de las estatuas,
la
claridad apagada de los girasoles en las verjas.
Muerdo
la toalla de las telarañas cada vez que las persianas
no
transpiran ventanas, cada vez que el espejo es elogio de la noche.
En
cada candil de nubes, beben los insectos sus propios desechos;
el
polvo de los armarios nos ahoga,
el
falso gregarismo de los pétalos, la oscuridad profética
de
los caballos: arrecia la oscuridad sus manos de escombros.
Al
pie del riel de las luciérnagas, la memoria socavada del tiempo,
con
su nudo de pañuelos, —espaldares de sillas con moho,
limonada
de oscura acidez,
tabancos
mayores que el desacierto,
aleros
donde el hollín sigue siendo el mayor interlocutor del alfabeto.
No
existe la luz, en la depredación de las cobijas,
ni
en la camisa del pulso manchada con aceites de rancias
mecedoras,
ni en el tragaluz confuso de furias,
ni
en el viento que derribó las llaves de los balcones: sólo es cierta
esta
gota de metileno en los ojos, la grieta profunda del paisaje,
las
gentes sin cuaderno buscando el horizonte.
Hay
noches con olores de rancias circuncisiones;
días
donde la transparencia, conviene disfrazarse de realidad:
entre
el desvelo y el instinto, nos salvan las dulzainas;
las
vallas publicitarias en las paredes, nos sirven de rocío,
de
juego subterráneo o de simple pizarra
para
beber los brebajes de la sal.
De
seguro, jamás alcanzaremos la luz, mientras exista el abismo
en
las paredes del alma, en el guacal de nubes,
donde
lavamos los ojos en laringes líquidas de la sed,
en
el comedor con tímidas tortillas, en la servilleta con manchas oscuras.
Cierto
es que se acabaron los días domingos en las ventanas:
ahora
cada uno finge su propia felicidad, el aullido doméstico
trasladado
a las aceras, los durmientes mojados de impotencia,
la
liquidez del sueño respirando aire puro.
Sólo
nos es dada la claridad en analgésicos: lo demás, es la sombra
dilatada
de las monturas, la transparencia irreconocible del hollín.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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