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AFONÍAS
Si no existieras
yo te inventaría
Fayad Jamís
Es tiempo de
navegar por zonas en declive, y no, precisamente, en la lona horizontal de la
planicie, impregnada de respiraciones condensadas. Vemos el acontecer del aire,
detenido en la transpiración del estiércol. A ello sumamos, la escarcha de los
cadáveres, soterrados o en la intemperie, enajenados por tanta mano. El follaje
es siniestro a la luz de cada transeúnte: la intuición se ha hecho necesaria
para transpirar esta capilla ardiente en que el aliento se ahoga ante un
amanecer de niebla, sin más lucidez que el viejo discurso del hollín. (Con
todo este contubernio, conspiraciones y transacciones, no podemos, el uno al
otro, encontrar nuestra propia habitación: no sólo es la polilla que permea el
ala, es que la tortura nos viene de todas direcciones, arrasa con el alma,
penetra irremediablemente en el cuerpo, tiene plenas facultades para sucumbir
en nuestro territorio; y así, con sobresaltos, debo pensar en tu boca, en las
caricias, en el pulso de la noche entre los dos cuerpos; sonreírle por otro
lado al paisaje desbocado, lanzarme, precipitarme en el desvarío de la
esperma.) No hay ciudad que escape a este flagelo. —Libramos la sombra
dela cerradura y del pavimento y la encrucijada, muerde el oído y el olfato. El
devenir nos asedia con hambre obstinada, espectros que muerden espíritu y
razón, —la palabra tiene rostro de extraño universo, incertidumbres parecidas
al infinito de la noche, a la angustia del desamor que habita al mundo. Esta
afonía, es parte de los acantilados que nos avienta la noche con sus perfiles
de locura. (Un día quizás ya no sea necesario un incensario detrás de la
puerta, ni haya que invocar almas puras; la sed supone sonidos nuevos que giren
en el imaginario de la garganta, en esa ternura desconocida de tu ombligo, mi
talón de Aquiles al tacto, videncia de otra ventana en la bifurcación del
camino. El aliento es extraño cuando te me vienes en marejadas, Cuando somos
azotados, ya no por la violencia sádica del país, sino por el delirio de la
ciencia de las poluciones, por esa oruga ruborizada en tu cuerpo.)Jamás la
democracia tuvo un precio tan alto: pagamos los centímetros de libertad que
tenemos, con ese abandono cotidiano del sótano y el embudo de la noche en los
ecos; en cada penuria, la sombra del hastío, el patio roto de los sentidos, el
sueño a punto de parir nuevos objetos, nuevos exteriores para este abismo,
donde es costumbre purificar los esqueletos o convertirlos en simples
estadísticas para los anuarios. Siempre la calamidad acaba por transpirar
nuestros susurros. Y debemos despintar la lluvia del sigilo y hacerle buena
cara al mal tiempo.
Del libro “MOTEL”,
2012 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga
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