Fotografía: Pinterest
RIACHUELO
Sócrates.—Examina, pues,
lo que yo sospecho.
Platón en Diálogos
[Cratilo o del lenguaje]
Debemos darle al deseo, las aguas
necesarias para aclarar los sueños. Las llaves son un martirio de perros
insaciables: allí las manos, el eco del musgo; adentro, el agobio que forjamos
cuando las mariposas sólo duermen en la noche, y pulula de manera lúdica, la
carta estacionaria del ropero con esos anaqueles de párpados, que la polilla,
incansablemente, va forjando de dentro hacia fuera. Durante las semanas me urjo
de la cal de las paredes, doy paso a una y otra página de lo fugaz, así me
preparo sin excusas para el futuro, para entender el asma de las hormigas, y
ciertos sacrificios que uno hace en aras del mercado. En el rocío, existen
símbolos que sólo advierte el lente macerado del cielo, en cuyos paréntesis se
sostiene la yegua blanca del viento; bajo a las monedas alisadas de las llaves,
tratando de conjuntar los brazos sagaces del éter con la concavidad del hervor
de los marasmos, que el trasluz suscita en la ventana. Debo pensar en las aguas
unánimes de aquel riachuelo: pensar, vaya, en una búsqueda donde no se piensa
porque sus eslabones son sutiles hilaturas en la conciencia. En la fosa común
de los gladiolos, las extensas fauces sin brida, el paladar con la avidez de un
equilibrista haciendo de las suyas, dentro del sabor de las locomotoras, el gozne
del caracol en el fósforo avieso, del aserradero prolongado del ansia. A veces
hay que desvertebrar las alacenas, y exhalar el soplo con un péndulo del tamaño
de la línea ecuatorial de los durmientes; a veces digo, porque hay sustancias
inasibles, vendidas al menudeo, entretejidas en el ojal de las alforjas, en la
artesanía con diadema de mecates, en la totalidad frenética de la niebla cuando
se desplaza en el ombligo. Cada río tiene su propio telón de fondo. Lo sé desde
que fui portador de sus llaves, una especie de vigía transmigrado, hacia el
cromosoma íntimo de las sombras, —tejedor incansable de bolsillos en un tiempo
que han sido desplazados por eslabones virtuales, casi anulando el alfabeto. Un
día la nostalgia tendrá su propia habitación y herramientas, lo sé desde dentro
de la inteligencia de la sed, está escrito en los estatutos del bosque, en el
espejo del grafito, en la soberanía del pájaro triplicado a horizonte, en las
aguas mansas del verdadero orfebre, sin más viajeros que la luz de la posta del
destello en la utopía. Sobre mis hombros se cierne el fuego: crepita el
estribillo del agua, sobre los durmientes de las piedras. Crepitan las burbujas
del alma sobre el cuaderno amanecido de las pupilas…
del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito)
© André Cruchaga
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