miércoles, 15 de noviembre de 2017

SILUETA DE LA SOMBRA

Fotografía: Pinterest





SILUETA DE LA SOMBRA




En la destruida alcoba de tu ausencia
pisoteados crepúsculos reviven
sus harapos, morados de recuerdos.
Carlos Pellicer




El tiempo de danzar en medio de la luz ha llegado: suéter, cigarros y fósforos, me acompañan. A las orillas, abrojos, secas espigas cubiertas por el hielo; cruzo la garganta de los puentes y tantas casas de madera al borde de las riveras del rio y la montaña. Camino entre maniquíes, y profundos miedos, abollados desfiladeros al lado de campanas horizontales, planicies de lenguas, diluvios de saliva en los furgones, del ímpetu casi mecánico de los establos, donde reses y caballos muerden el Dow Jones de las monedas devaluadas por la crisis global. No es extraño caminar entre paredes y aceras anónimas: olvidar la propia identidad, quemar las fronteras para volver al nomadismo; entre el tumulto del frio danzan los números en rojo, los calcetines vacíos en oscuras palpitaciones, —después de todo, mi País sin sábana, así da igual cualquier intemperie: da igual no tenerte, impúdica, desnuda, mordiendo el desván de la luna en el cuarto creciente del aullido, saltar sobre la barda y remar a golpe de ventanas, y empujar las luciérnagas sobe el césped del calendario, a menudo tan fuerte como los golpes que propicia cualquier cataclismo. Nuestra gota de esperanza se pierde  en la piedra de la lágrima rodando en las escaleras o los ascensores del horizonte, en los muslos que ahora han dejado de ser el rocío del alba y se han convertido en un sollozo de dientes que nadie entiende, sino en la terraza estremecida de la angustia con sus analgésicos. ¿Desde qué esquinas o aldabas te yergues? ¿Desde qué tambores desolados me invocas a la hora en que todos duermen, en medio del ruido sin descansar de la calefacción, dentro de pequeños cuartos arrancados a la ceniza? En la saliva hay platos rotos sin pesebres: fermentos de insaciables patos, nubladas ventanas sin jardines. Alrededor nuestro, la suculencia de ciertos restaurantes: las propinas que de pronto se han vuelto salvavidas, muelles, farmacias, desde donde se pueden izar otras banderas; con todo, se agolpan mis pupilas en tu desnudez, embarcadero de mis aguas, definitiva esperma a la velocidad de los paracaídas, al tiempo vertiginoso del ansia que nos toca vivir, —que nos ha tocado vivir, cuando solo tenemos una brisa de malos augurios, arañas trepando en el hollín de los tabancos, con tropezones en ayunas. Después de todo, no sé si es luz o viento el que silba en los ijares de la tierra: en la goma de masticar, vamos perdiendo sed y aliento, y aproximándonos a ser otra materia sin medida, otras oscuras ruedas colgando de las crayolas del aleluya, de ciertos escapularios hundidos en lo ignoto de la sangre. Lo demás ya lo sabemos. (Nunca fue fácil andar ciegos y huérfanos; antes del tiempo, ahora de la geografía. El mundo nos borra con sus cansancios y odios. En el interior de la memoria, sólo quiero hundirme en vos, acercar mis manos al borde de tus muslos, pulsar el cielo y detenerlo en la claridad de tus ingles, robar como tantas veces la ciudad del fuego.)
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga

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