Fotografía: Pinterest
SILUETA DE LA
SOMBRA
En la destruida alcoba de tu ausencia
pisoteados crepúsculos reviven
sus harapos, morados de recuerdos.
pisoteados crepúsculos reviven
sus harapos, morados de recuerdos.
Carlos Pellicer
El tiempo de danzar en medio de
la luz ha llegado: suéter, cigarros y fósforos, me acompañan. A las orillas,
abrojos, secas espigas cubiertas por el hielo; cruzo la garganta de los puentes
y tantas casas de madera al borde de las riveras del rio y la montaña. Camino
entre maniquíes, y profundos miedos, abollados desfiladeros al lado de campanas
horizontales, planicies de lenguas, diluvios de saliva en los furgones, del
ímpetu casi mecánico de los establos, donde reses y caballos muerden el Dow
Jones de las monedas devaluadas por la crisis global. No es extraño caminar entre
paredes y aceras anónimas: olvidar la propia identidad, quemar las fronteras
para volver al nomadismo; entre el tumulto del frio danzan los números en rojo,
los calcetines vacíos en oscuras palpitaciones, —después de todo, mi País sin
sábana, así da igual cualquier intemperie: da igual no tenerte, impúdica,
desnuda, mordiendo el desván de la luna en el cuarto creciente del aullido, saltar
sobre la barda y remar a golpe de ventanas, y empujar las luciérnagas sobe el
césped del calendario, a menudo tan fuerte como los golpes que propicia cualquier
cataclismo. Nuestra gota de esperanza se pierde
en la piedra de la lágrima rodando en las escaleras o los ascensores del
horizonte, en los muslos que ahora han dejado de ser el rocío del alba y se han
convertido en un sollozo de dientes que nadie entiende, sino en la terraza
estremecida de la angustia con sus analgésicos. ¿Desde qué esquinas o aldabas
te yergues? ¿Desde qué tambores desolados me invocas a la hora en que todos
duermen, en medio del ruido sin descansar de la calefacción, dentro de pequeños
cuartos arrancados a la ceniza? En la saliva hay platos rotos sin pesebres: fermentos
de insaciables patos, nubladas ventanas sin jardines. Alrededor nuestro, la
suculencia de ciertos restaurantes: las propinas que de pronto se han vuelto
salvavidas, muelles, farmacias, desde donde se pueden izar otras banderas; con
todo, se agolpan mis pupilas en tu desnudez, embarcadero de mis aguas,
definitiva esperma a la velocidad de los paracaídas, al tiempo vertiginoso del
ansia que nos toca vivir, —que nos ha tocado vivir, cuando solo tenemos una
brisa de malos augurios, arañas trepando en el hollín de los tabancos, con
tropezones en ayunas. Después de todo, no sé si es luz o viento el que silba en
los ijares de la tierra: en la goma de masticar, vamos perdiendo sed y aliento,
y aproximándonos a ser otra materia sin medida, otras oscuras ruedas colgando de las crayolas del
aleluya, de ciertos escapularios hundidos en lo ignoto de la sangre. Lo demás
ya lo sabemos. (Nunca fue fácil andar
ciegos y huérfanos; antes del tiempo, ahora de la geografía. El mundo nos borra
con sus cansancios y odios. En el interior de la memoria, sólo quiero hundirme
en vos, acercar mis manos al borde de tus muslos, pulsar el cielo y detenerlo
en la claridad de tus ingles, robar como tantas veces la ciudad del fuego.)
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga
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