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BOSQUEJO DE LA DUDA
En ese
mundo natural, sólo las latas y la paciencia
traen fecha
de vencimiento.
René Rodas
Hay
vientos que se aferran al trayecto de la herida:
forman
su propia túnica de espejismos,
sombra
en el atrio del pecho. Sangre corrompida el estiaje.
En
su estanque, la desnudez se cubre de telarañas,
progresivas
mariposas resbalan en el traspatio de la voz.
Es
mejor deshojarme en el frío de la duda, a tener que soportar
el
tránsito con agujeros y alfileres.
La
fiebre da vueltas alrededor de las lámparas: así también
me
doy cuenta que los altares tejen grandes tinieblas,
ebulliciones
de espuma,
leche
oscura donde se inclina la alabanza.
En
la estación muerta de las escaleras, el abismo tiene desniveles
de
acordeones, puñales de tristeza,
y
subastas donde la hoguera exorciza los días de la semana.
Aunque
no se crea, las almádanas son necesarias para derribar
las
mareas crecidas de los siglos empedernidos y los búhos negros
del
idioma: las trenzas son singulares reptiles,
en
presencia de la carne desollada de los cipreses.
Todavía
me alimento de caracoles y luciérnagas:
—aunque
cause alarma, me inquieta el desmayo en las claridades,
o
si se quiere, el resplandor en las salas de los aeropuertos,
donde
todo mundo quiere salir a la terraza para ver el sinfín.
De
pronto, ¿es cierta la brisa azul que se cuelga de la lengua,
del
cielo lunar del azúcar, de la hoguera que estalla en la garganta?
—Todos
los días del calendario son difíciles de entender.
Hoy
más, cuando las muchachas caminan por la calles de la ciudad
en
medio de bestiarios,
de
fisuras y bagatelas, de aguas desconocidas ensuciando el día.
Hoy
podemos inventar cualquier cosa: de ahí que los equívocos,
nutran
la vida cotidiana, y la ciudadanía esté siempre en litigio,
y
abunde por doquier la sospecha de la limosna del ciego en los videntes.
Cuando
ardemos, caducamos en la varita mágica del tiempo.
Nos
llena la calle con sus versos de granito, el colofón de la historia
no
advertida, la avena del musgo en el olfato,
las
verdades que nunca llegan a serlo en medio de la maleza,
el
mérito de los pezones para los ojos sin brújula,
el
filo de las alambradas sobre el pan incubado para albergues:
el
exceso de cualquier vendaval es duda.
Todo
sueño sobre piedra es duda. Toda palabra
es
una escalera donde el alfabeto tira sus dados para probar
la
suerte del zigzag en las pupilas.
A
menudo los tambores de saliva no sirven para levantar el deseo,
sino
para regocijar la caries mostrada por las lámparas.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011
(Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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