lunes, 20 de noviembre de 2017

CERTEZA DEL ESPEJO

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CERTEZA DEL ESPEJO




Antes que me engendraran ya por cierto sufría;
el potro de tortura de los sueños
enroscaba mi osamenta…
Dylan Thomas




La niebla nos cobija como una brújula desollada en el costado;
nos come la zarza desde el nudo de los inviernos: de cabeza a pies
somos náufragos, señuelos del azufre: sólo nos alumbran
los caballos de las sombras, la embriaguez del golpe,
los juegos sin inocencia de la política criolla.

Escondemos las palabras transparentes en espejos nublados
de pulsos y botones atados al número ciego de las llaves.

Es patético el pensamiento bajo sombreros de tul: así se confunden
las grietas del paisaje,
los días rotos de las cacerolas,
el ansia del gotero como un ornamento de cuidados intensivos:

(Ahora resulta que la ignorancia tiene título académico
y se nos vende en trocitos el canibalismo: los jardines artificiales
de la carcajada: hay hasta manuales para retornar a la prehistoria,
al fuego con hojitas de guarumo,
a la chamiza de las sábanas sobre el aliento. Delante de nosotros
está la carreta y no los bueyes; la conciencia cercenada del ala,
todas esas cosas que hacen a la corrupción, un montículo
de techos derruidos y brebajes insólitos.
Nunca se sabe cuándo llegará la carcoma de saliva de los perros
a nosotros; pero llega: arde el resplandor de las soledades,
el rocío ojeroso en las pupilas, aquel monólogo de las sillas
sin espaldar, la tercera edad de la genuflexión orgásmica,
el calendario avieso de las efemérides,
la respiración con candados y colillas y frigoríficos para preservar
el disfraz de todos los días para que nada se  malogre,
el calentamiento global del hambre: las sondas ideológicas
de la devoción, el tifus del poder con íngrimas túnicas.)

Arrecia el campo de batalla sobre el asfalto. Hay gozos de profunda
estupidez; feligresías de obcecados rascacielos
en un País de tatuajes consuetudinarios, en un País sofocado
por el azogue de la hondonada y las tijeras sesudas de la noche.

¿Hacia dónde nos lleva la intriga, el tráfico de influencias, la obtusa
aplicación de la ley, la audiencia nocturna de los gánsteres,
el aire tragado en cucharitas de plástico?

—Duele la caries del País,
duele la alegoría del motate y el torogoz dibujados en la cartulina
de los actos protocolarios,
en las luciérnagas inasibles del sueño,
en la joroba degastada de las ideas, en la tortilla quemada del agobio.

Duele la condición de circo de los relojes, la nube mimética
de los tomates, el desvelo transversal de los güisquiles,
los inodoros ecológicos sobre la tumba de las luciérnagas.

Duele el filo de la cárcava anillada con chupamieles para el álbum
fotográfico; duelen las paredes oxidadas de la penumbra.


Ante tales certezas, cada habitante es una duda frente al habitual
tatuaje de la noche. En cada ir nos agobia la duda del retorno…
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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