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CERTEZA DEL ESPEJO
Antes que me engendraran ya
por cierto sufría;
el potro de tortura de los sueños
enroscaba mi osamenta…
el potro de tortura de los sueños
enroscaba mi osamenta…
Dylan Thomas
La niebla nos cobija
como una brújula desollada en el costado;
nos come la zarza
desde el nudo de los inviernos: de cabeza a pies
somos náufragos,
señuelos del azufre: sólo nos alumbran
los caballos de las
sombras, la embriaguez del golpe,
los juegos sin inocencia
de la política criolla.
Escondemos las
palabras transparentes en espejos nublados
de pulsos y botones
atados al número ciego de las llaves.
Es patético el
pensamiento bajo sombreros de tul: así se confunden
las grietas del
paisaje,
los días rotos de las
cacerolas,
el ansia del gotero
como un ornamento de cuidados intensivos:
(Ahora resulta que la ignorancia tiene título
académico
y se nos vende en trocitos el canibalismo: los
jardines artificiales
de la carcajada: hay hasta manuales para retornar a la
prehistoria,
al fuego con hojitas de guarumo,
a la chamiza de las sábanas sobre el aliento. Delante
de nosotros
está la carreta y no los bueyes; la conciencia
cercenada del ala,
todas esas cosas que hacen a la corrupción, un
montículo
de techos derruidos y brebajes insólitos.
Nunca se sabe cuándo llegará la carcoma de saliva de
los perros
a nosotros; pero llega: arde el resplandor de las
soledades,
el rocío ojeroso en las pupilas, aquel monólogo de las
sillas
sin espaldar, la tercera edad de la genuflexión
orgásmica,
el calendario avieso de las efemérides,
la respiración con candados y colillas y frigoríficos
para preservar
el disfraz de todos los días para que nada se malogre,
el calentamiento global del hambre: las sondas
ideológicas
de la devoción, el tifus del poder con íngrimas
túnicas.)
Arrecia el campo de
batalla sobre el asfalto. Hay gozos de profunda
estupidez; feligresías
de obcecados rascacielos
en un País de
tatuajes consuetudinarios, en un País sofocado
por el azogue de la
hondonada y las tijeras sesudas de la noche.
¿Hacia dónde nos lleva
la intriga, el tráfico de influencias, la obtusa
aplicación de la ley,
la audiencia nocturna de los gánsteres,
el aire tragado en
cucharitas de plástico?
—Duele la caries del
País,
duele la alegoría del
motate y el torogoz dibujados en la cartulina
de los actos
protocolarios,
en las luciérnagas
inasibles del sueño,
en la joroba
degastada de las ideas, en la tortilla quemada del agobio.
Duele la condición de
circo de los relojes, la nube mimética
de los tomates, el
desvelo transversal de los güisquiles,
los inodoros
ecológicos sobre la tumba de las luciérnagas.
Duele el filo de la
cárcava anillada con chupamieles para el álbum
fotográfico; duelen
las paredes oxidadas de la penumbra.
Ante tales certezas,
cada habitante es una duda frente al habitual
tatuaje de la noche.
En cada ir nos agobia la duda del retorno…
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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