Fotografía: Pinterest
DESPROPÓSITO DE LA
VENTANA
Y el fiel de la
balanza desorbita
la celebrada forma de su vida.
la celebrada forma de su vida.
Carlos Illescas
Este sinfín de la ventana me transporta
hacia lugares insólitos, cada árbol es distinto en los labios, charcos de
pétalos en las manos, la niebla con sus atributos de abecedario como el aliento
en medio de la página verde de los pinos. Frente al paisaje, la luz gira
alrededor de los pilares de las pupilas, —gira, digo, como una boca
precipitada en el fondo de la antesala de tu vientre. (Todo es así de
simple cuando hundimos los dedos en el pozo de la certidumbre, cuando nos
sorprende el estupor de los cabellos convertidos en ceniza. Cada quien va
cabalgando con sus propias noches, en las raíces del grito, en el sueño gastado
de tanta herida; seguramente agonizamos de tanto amor; sobre lo que la memoria
nos permite, el enjambre de tinta recóndito en la hondonada del deseo; pero
también morimos entre paredes oscuras, entre devorados ojos, agrios
esfínteres en las calles por donde caminamos cada día, sin más alforja u odre
que los propios ensimismamientos.) Miramos fascinados, sin embargo, todo
el terror de las semanas; antes hubo una actitud diferente ante el pantano
incendiado de las axilas; cavamos tierra, le dimos al patíbulo su propia
máscara, —ahora nos desvanecemos al lado de los sueños, hinchadas las
encías y los labios, la resina del eucaliptus en la foja del cuaderno, la
bestia de las pestañas decapitada a mansalva; luego desemboco en el azúcar de
tus pezones, cada vegetal de las palabras toca tus poros; el ojo pervierte la
vigilia, la desnudez endurecida de los aluviones. Ante cada parpadeo, la sombra
inexplorada de los relámpagos, las aves de corral disueltas por el ruido, ―el
miedo es un destino que produce frío, igual que aquel cielo rojizo de la
primera vez, igual entonces al delirio del escondrijo. Desde aquí veo pasar la
canela de los deseos, bajo la misma mirada de los días que jamás
claudicaban, y que ahora, son fuga en el rascacielos de los poros, en el
césped donde se hornea la hoguera, el lamido inolvidable de los puntos
cardinales, la casa con brazos de fondo, esperando la temperatura de la tierra.
Casi a diario nos salvamos del naufragio, entre espejos y aguas, aquí el
deshielo del zodíaco, el camino suelto del viento, el tafetán de la saliva, la
gracia calcinada de la paciencia, la complicidad absorbente de la carcoma.
Estamos rodeados, pues, de sombras innecesarias que cubren nuestro lecho: nos
salvamos del oleaje, pero persiste la tormenta con sus manos de amanecer:
ningún mundo es mejor a ese regazo. Nos salvamos de la mueca del pudor, para
extraviarnos en la lascivia de las aguas termales. (La perplejidad me mira con palabras repetidas de espejo. Nada se borra
cuando la llave es una ventura perenne de estremecimientos, cuando la ventana
acrecienta las palabras de tu cuerpo y me deja en el cuenco de las manos el
aroma de tu cuerpo.)
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170 pp.
© André Cruchaga
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