martes, 14 de noviembre de 2017

DESPROPÓSITO DE LA VENTANA

Fotografía: Pinterest






DESPROPÓSITO DE LA VENTANA




Y el fiel de la balanza desorbita
la celebrada forma de su vida.
Carlos Illescas




Este sinfín de la ventana me transporta hacia lugares insólitos, cada árbol es distinto en los labios, charcos de pétalos en las manos, la niebla con sus atributos de abecedario como el aliento en medio de la página verde de los pinos. Frente al paisaje, la luz gira alrededor de los pilares de las pupilas, —gira, digo, como una boca precipitada en el fondo de la antesala de tu vientre. (Todo es así de simple cuando hundimos los dedos en el pozo de la certidumbre, cuando nos sorprende el estupor de los cabellos convertidos en ceniza. Cada quien va cabalgando con sus propias noches, en las raíces del grito, en el sueño gastado de tanta herida; seguramente agonizamos de tanto amor; sobre lo que la memoria nos permite, el enjambre de tinta recóndito en la hondonada del deseo; pero también morimos  entre paredes oscuras, entre devorados ojos, agrios esfínteres en las calles por donde caminamos cada día, sin más alforja u odre que los propios ensimismamientos.) Miramos fascinados, sin embargo, todo el terror de las semanas; antes hubo una actitud diferente ante el pantano incendiado de las axilas; cavamos tierra, le dimos al patíbulo su propia máscara, —ahora nos desvanecemos al lado de los sueños, hinchadas las encías y los labios, la resina del eucaliptus en la foja del cuaderno, la bestia de las pestañas decapitada a mansalva; luego desemboco en el azúcar de tus pezones, cada vegetal de las palabras toca tus poros; el ojo pervierte la vigilia, la desnudez endurecida de los aluviones. Ante cada parpadeo, la sombra inexplorada de los relámpagos, las aves de corral disueltas por el ruido, ―el miedo es un destino que produce frío, igual que aquel cielo rojizo de la primera vez, igual entonces al delirio del escondrijo. Desde aquí veo pasar la canela de los deseos,  bajo la misma mirada de los días que jamás claudicaban, y que ahora, son fuga en el rascacielos de los poros,  en el césped donde se hornea la hoguera, el lamido inolvidable de los puntos cardinales, la casa con brazos de fondo, esperando la temperatura de la tierra. Casi a diario nos salvamos del naufragio, entre espejos y aguas, aquí el deshielo del zodíaco, el camino suelto del viento, el tafetán de la saliva, la gracia calcinada de la paciencia, la complicidad absorbente de la carcoma. Estamos rodeados, pues, de sombras innecesarias que cubren nuestro lecho: nos salvamos del oleaje, pero persiste la tormenta con sus manos de amanecer: ningún mundo es mejor a ese regazo. Nos salvamos de la mueca del pudor, para extraviarnos en la lascivia de las aguas termales. (La perplejidad me mira con palabras repetidas de espejo. Nada se borra cuando la llave es una ventura perenne de estremecimientos, cuando la ventana acrecienta las palabras de tu cuerpo y me deja en el cuenco de las manos el aroma de tu cuerpo.)
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170 pp.
© André Cruchaga

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