Fotografía: Pinterest
FRONTERA DEL ESTERTOR
Me
muerde el aire sangriento de los miedos. La lengua oscura
de
la piedra pómez del país, la tristeza metálica del estertor.
El
aire de los telares gastados del vértigo o los vestigios,
el
abanico entumecido de la transparencia, los corazones carcomidos,
la
insania cargada en los hombros, la vena rota:
espeluznante
sed del aleteo oscuro de la sal, de las inclemencias
y
hostilidades en el frío de los ahoras.
Las
puertas dan pavor frente a las campánulas;
los
andenes de saliva nos comen los poros;
en
los folios de los muros no se escribe con legibilidad,
ni
la tinta azul penetra en los pájaros.
Dentro
de las luciérnagas los relojes desvelan su traje cansado.
Las
pupilas parpadean en la frontera del sueño:
—sé
que la perplejidad es a menudo un paisaje moribundo,
donde
solo caben sigilos y desazones,
mares
de confusas bufandas, vitrales ateridos,
aullidos
que no comen los ángeles, aliento de portentosas uñas.
Necesitamos
rollos doble hoja de papel higiénico y listerine,
para
limpiarnos las promesas, los dedos después de tocar los murmullos,
las
grietas cultivadas en los invernaderos,
y
hasta el orgasmo del asceta en su clarividencia.
Siempre
nos mordemos en esa jauría del adobe: la oscuridad
es
la brasa diaria de los alfileres, el cuaderno de todos los días,
la
ofrenda puesta en el atril de los sueños.
(Todos
los burdeles por instante propician los olvidos.
Ahí
no cabe la vehemencia de los sermones, solo la fuerza
Abrasadora
de la vehemencia.)
Hoy
por hoy, nada nos conmueve:
vivimos
días de obediente extravío,
mazorcas
de purulenta sangre,
vinagre
de patética mensajería, retretes de pésimo oleaje,
paisajes
que no caben en la cordura,
ni
en el plato de comida.
(Nos
toca, descubrir las bondades de las poluciones y el engrudo,
la
armonía de las llaves en el perfume de los pétalos,
intuir
en la siembra, la cosecha feliz, armar otro calendario,
sin
los comensales frecuentes del horror, desinfectar el trino,
fundar
otra luna en la dulzura, —quizá así, sea vivible
la
neblina, el desierto, esta agonía puesta en las tejas de la luz.)
Por
ahora debemos controlar las ansiedades,
ese
minuto eterno de las vigas, los ojos curvados de gargantas;
y
hasta el césped que muerde el muelle de la memoria.
Nos
toca sonreír en medio de sinnúmero de párpados gastados,
baja
la cabeza, para que las costillas no duelan;
nos
toca beber el mugido de las baldosas y las axilas de los mendigos,
el
futuro del respiro en latas de aceite, el aire en cucharadas de gritos,
tu
pubis al borde de las cárcavas;
en
las calles, los perros despiadados de las axilas, el tráfico sordo
de
los recién nacidos, la hormiga sanguinaria en los dientes,
el
escorpión de la historia como un collar rugiente,
la
amenaza en el retrovisor de la espina.
Nos
toca caminar leguas de cansancio. Y huesos en disputa.
—Así,
como nómadas en el espejo
quebrado
de las aguas. Así, en la alegría inaccesible, en la frontera
que
nos abrasa con el ceño de granito enfebrecido.
Del
libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
©
André Cruchaga
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