Fotografía: Pinterest
AIRE IMPRECISO
Cuando
subo a la rama del árbol, el aire no es del todo preciso, la electricidad del
viento rompe las alas, de noche espero el telar de la luna, la linterna
encantada del arado, o las Siete cabritas, el cazador de fuego de las pupilas
en plena cúspide del estertor. Cuando bajo del hemisferio de las hojas, sin embargo,
hay candiles furtivos en el respiro del perro que ladra y aúlla en pleno
concierto de grillos, de gatos lascivos en el tejado; cuando el pie está firme
sobre la tierra, sangran los cardos, los cálculos renales de las miradas, la
falta de calcio en la elocuencia de la saliva, este mal mío de caminar siempre
a deshoras de la noche, a destiempo buscando con lámpara de mano el cuaderno
del olvido, el fuego eterno de los campos donde las telarañas se cristalizan en
el cierzo. Entre el vaso del grito y la alegría, caen fotografías de los
últimos colores del arcoíris, el mecate del grito, el yute del canario perdido
en el follaje, la jaula del espejo sin puerta, el alambique quebrado en la
lengua del petate; en el primer orgasmo de la balanza sin reposo, hay calles
donde los cuervos beben con seriedad la luz gastada de los poros, el litoral
ajado de los peces a media asta de la ola, piedrecillas como encajes sobre el
uso horario del guijarro, en el cautiverio de las ventanas, sin salida al
horizonte o la playa abierta de las pupilas, así perpetúo los pájaros muertos
del alma, la renuncia a la risa cuando existen en el aliento manchas de sangre
del granito adusto que rompió el himen del primer sueño; alrededor, siempre las
misma rutina de las abejas, el mismo vals del calendario, salvo el sueño entre
las moscas, los días sin tarjeta de débito, el sueño roto para la próxima
estación que espera sin boletos. —Tantas palabras, después de todo, para
estos aires imprecisos que muerden la altura del pálpito. Existe el ala rota
del itinerario, el muro de la sombra sin protesta, la verja de uñas espaciada
en lo siniestro: existís en la baranda del reloj que resbala en la punta del
pie que resbala en la piedra, en la escalera de abanicos; existís en la
opacidad del ascensor de madera tan oscura como una taza de mi propia muerte,
tan persistente como una hondonada. De tanto caminar como un desconocido, me
río de mis llagas, del filo de la luz en mis manos, una sombra de ceniza
precede a mis zapatos, aunque todavía corren alas en mi pecho; ante cada
negación logro la exactitud precisa, sin muletas. Contra todos los vientos
adversos, todavía puedo leer los periódicos, y deshacer el trenzado absurdo de
los cauces que recorre el vértigo, La oscuridad también tiene defensores, quien
lo pueda leer que lo haga en las calles de tizne del cielo, en las emboscadas
del deseo, en la miseria elevada a himno. Al fondo, ríe la fertilidad del caos.
Al cabo en las corrientes de la noche, el aliento es impreciso, los
pensamientos, las solapas clandestinas del aire: nunca me dijiste que los
acertijos son insólito granito y que cerrada la puerta, viene el vaho y el
despojo. Aislado del mundo he aprendido a soportar mis asedios y a quedarme
desnudo en las palabras.
Del
libro “MOTEL”, 2012 (Inédito)
©
André Cruchaga
No hay comentarios:
Publicar un comentario