sábado, 4 de noviembre de 2017

HOSPITALIDAD CLANDESTINA

Fotografía cogida de Pinterest






HOSPITALIDAD CLANDESTINA





Al tiempo de la cosecha, la llama ardida de la piel en la sábana, el tiesto de arcilla, en el jardín que linda con la garganta, ventanas donde respira la roca del sobresalto, el prisma diluido en el bosque metálico del relámpago. (Delante del pozo blanco de las orquídeas, la hamaca del alambique junto a los peces de la brasa como el poema en el arte de la respiración del tren volante del eclipse, —ay, los muslos al pie de la montaña del deseo, en el puzzle azul de la gruta con vastos trenes, rieles a la altura de las sienes, armónica de musgo para el  aliento, el esperma seducido por las explosión de la destreza, la brecha del bosque en la boca cruzando el zigzag de la liebre.) Hace años que todo el paisaje anida en la piel; perdí las armaduras en la tempestad de la vigilia: llevo armarios en las costillas; un día podré morir completamente calcinado, pero quedan en la memoria esas cifras de frío que combatí en la más adusta piedra, en la ceniza sumergida, ahora, de los mimetismos. Sobre la llama clavada en la piel, el fuego cernido quemando el arco iris, casi otro invierno atravesando el sueño, el día completo jugando a lo despiadado, al horizonte con fondo de espejos, rehaciendo la comida nombrada del relámpago. Estoy,(estamos, mejor dicho), concentrados hacia el interior de la música; comemos lo magnánimo del azúcar, no el páramo fatigado de las losas; entramos allí, a la crispación de las palabras, al desfiladero del aliento, y recordamos el esplendor de los senderos, la estación del invierno con sus nostalgias, la isla cedida a la penetración del cuerpo; allí el viento implícito, la piedra levantada, —el nosotros huracanado de pronto en el murmullo haciendo latir todo lo interminable: la ráfaga, el viento de la escritura, la puerta que se abre, cuando el fuego crece. Allí, derretido el nosotros, digámoslo. Sólo, entonces, la lividez del fermento, la acumulación de hierbabuena, aquel jardín intuido debajo de los poros, la respiración del estallido, ligera ceniza en el cenicero de la ventana, la fantasía del agua en la sonrisa, benigna como un hilo de cierzo junto a la túnica  mar que cubre el nosotros. Allí, ambos: frescos acordeones bebiendo el huracán de la sed, el círculo del zumo de la audacia, los otros nombres nacidos, incesantes, en el tambor agolpado del invierno. Al final, otra llama se yergue en el estandarte del desfiladero, otro alud convertido en cielo: el destino que también está hecho de intempestivas ropas y de acumulados vértigos. Sueño, vuelto de las quemaduras: es entonces cuando recupero mi locura. En el rincón duplicado del tórax, lo inexpresable y múltiple, la segada habitación del Paraíso.
del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga








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