Fotografía: Pinterest
OJOS PARA CADA DÍA
te
revelo
que el mundo es una graciosa mentira inventada por el
buen humor de los mártires.
que el mundo es una graciosa mentira inventada por el
buen humor de los mártires.
Aldo
Pellegrini
Hay ojos y
párpados para cada día, manos apretadas en lo oscuro; en las sienes, la
claridad de los días grises, la respiración que emerge de la tormenta de
los meses. A punto de abrir los abanicos del agua, las sombrillas, la
explosión a bocanadas, el ciego interrogatorio de la piel, los cuerpos
anteriores al fuego, el guante del contraluz en el tiesto del musgo, la boca,
las bocas inmóviles, la ropa iluminada en la plantación del destello, palabras
contra el desamor, el nosotros sin excusas, la lengua sin manchas, plumas
blancas del ave en la paciencia del horno del murmullo, la hamaca verde de la
saliva en pos de la panadería del cuerpo,—nosotros que no sabemos de razones,
ni de mar al unísono, sino de mareas a punto de reventar toda la espuma del
mar, de saltar sobre el trapecio del ardimiento, trepando a los rieles del
cielo, allí, vos, los sueños, cada instante insólito, estrella tutelar de la
rosa del reloj colgado de las sienes, ¿cuánta alegría cabe en la constelación
de un solo día, en el tabanco o el altar, en la escalera o el retablo, en el
saco de yute, en la alforja ennegrecida de la herrumbre, en la sarna de la sal,
en el sol estrujado en las estaciones, en la respiración de la acuarela que nos
mira, en el pañuelo que de pronto pierde los pespuntes, sin pezones de cierzo,
sin poemas apacentados en las manos? —Hay claridad y sombra para todos los
días: lo supe cuando la salmuera rompió nuestra ternura. Vi partir la estrella
intacta de las caricias y aun su primavera, creíamos entonces, que todo era
resplandor, pero no, también los días se visten de rostros ciegos; ahora
tenemos la evidencia: los pensamientos y la mirada interior, sajados por la
turbación del viento. Si al menos supiéramos los niveles del frío, si
quitáramos el quejido de lo subterráneo, tendríamos un jardín rojo en nuestras
miradas, una forma diferente de la mirada, un afán de sabores sin corromperse
en el vinagre. Tenemos, desde siempre, ojos para cada día: para vos, para mí,
para que crezcan las espigas, las poluciones del amaranto derramado en la boca,
intacto el espejo del jadeo, el fuego del caracol calentando las bocas, el
árbol acumulado en el olfato, la espiga de las palabras bañada en los capiteles
de pájaros sedientes de vuelo, con una sola melodía desposada sobre la estantería
de los inventarios del azúcar. Cada día acumulamos destino a nuestros zapatos:
así, tenemos mundos para cada instante, así acumulamos litorales, siempre a
tono con los párpados. Nos afirmamos o negamos: la vida, después de todo, no es
otra cosa, sino una constante de ritmos y crepúsculos, una razón para latir
cada día en la alucinación de los calcetines. (Sé que el desamparo hizo sus estragos desatando noches extrañas y
ciudades cuyas calles sólo eran aptas para ser habitadas por los muertos. Con
todo, crecen abedules en el pecho y también, una voz profunda que te llama.)
Del
libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170 pp
©
André Cruchaga
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