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INVASIÓN DE LAS COSAS
El
espejo, de pronto, y su obscenidad; la imagen lasciva, perversa
del
rostro cotidiano: (la memoria no me
deja escapar de tanto parto
genocida, de la ficción doliente que
nos destruye con absoluta
frivolidad; toda la oscuridad cierne
sus dientes: la noche fija
de los muebles arrebatados, el rapto
de la felicidad, el éter de la sangre
sobre el césped sin ningún indicio de
erotismo;
palpita la obsesión por los Ángeles:
la sábana aletea en todas
sus transpiraciones sinuosas.)
Nadie
escapa al fogonazo de la orina en las calles. A la estrechez
del
plato de comida de la semana, al fuego inflexible de los difuntos
en
la ventana, a tantos días de zozobra.
Nos
harta el diario trajín de las cantinas, la axila del aullido
sobre
los alelíes, el escenario de las calles sin escrúpulos, ni escaleras,
para
salvar los pies de la fanfarria del cieno.
Las
ventanas se miran con la pestaña postiza del ojo artificial;
esto
incluye cierta dosis de trompetas,
y
fósforos de éxtasis para ver a medias y de rodillas el abismo.
Nos
inventamos los racionamientos de energía para que prevalezca
la
pusilanimidad de los zapatos;
desnudamos
las palabras para desacralizar los prostíbulos.
Me
come la lágrima en este tórrido alfabeto: me come la diafanidad
de
los peces, la alfombra carcelaria de la desnudez, la herida
de
los crucifijos, el orgasmo a quemarropa del sigilo y la hilaridad.
Me
come la falta de antisépticos bucales y la modorra del humo
en
los relojes, la sequías en los escondrijos de la piel, las décadas
de
tristeza en mi almohada,
el
petate roto de las sílabas, la espina dorsal torcida en los tobillos,
el
agua al cuello de las campanas,
las
verjas dolientes de los muelles sin resuello ni alicientes:
(me embriago de sombras y habitantes
extraños cada vez que la calle
me reclama, —cada vez el cuerpo y la
mente son posesas
contradicciones en un olfato de
asfixias; cada vez Heráclito se equivoca
en la bienaventuranza, y en cambio emerge
el destello
de la arbitrariedad, el cuentagotas
del viacrucis,
los focos oscuros de las moscas,
el tacto a falta de ventilación
en el claustro de los cosméticos,
la prehistoria de los artificios en
los candiles,
la canela convertida en falso olor,
los huesos de las clavículas,
los meses gordos del pus,
la alacena voraz de las vacas flacas,
la pesadilla de las ignominias.
Cada vez soy menos cierto en esta
turbiedad del desenfreno;
cada vez me falta azúcar en la oscuridad,
cada vez es mejor haber dicho
anticipadamente todos los adioses
para no esperar la última hora
perturbadora del carbón.
Hoy me invade, desde su claustro de
intemperie, la liturgia
[de mi propio matadero…)
Del libro “TRASTIENDA”, 2011
(Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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