Collages de Fran Skiles. Pinterest.
ESCOMBROS
Vamos a ver, amigo, si esto
puede aguantarse:
los mordiscos chiquitos de
las larvas hambrientas,
los días cualesquiera que nos comen por dentro,
la carga de miseria, la experiencia…
los días cualesquiera que nos comen por dentro,
la carga de miseria, la experiencia…
Gabriel Celaya
Cada vez este País en
menos cierto. El terror y la impunidad
no tienen nombre,
tampoco son necesarios los milagros para salir
de estas aguas de
alcantarilla.
En el estrépito de
las casas, las aves migratorias.
Sólo la sal
depredadora brilla en las axilas; aquí perdió
la dialéctica su
propia placenta.
Arde la sangre con
sus flechas fantasiosas, el magma del huracán,
el ventarrón mudo de
la agonía, el disfraz alumbrando el subsuelo.
No hay lugar seguro
para restañar los sueños, ni limpiar
la respiración en
medio de oleajes sinuosos;
sólo existen tiempo y
espacio para exaltar las Sumas tribulaciones
en este campo
soterrado de huesos.
—No hay otro espejo,
que la amenaza siniestra del hollín
con sus tapiales
oscuros: aquí la cárcel es la ciudad o como si lo fuera,
en el misal de la
ceniza, en las aguas del desorden.
(De pronto uno quiere renunciar a este País donde
huyen
los pájaros, a
esta naturaleza fúnebre del polvo;
aquí arde el aliento de la escoria en cada acera,
en las calles desordenadas de la bisutería,
en la fiebre del engaño y del degüello.
Cada cuchillo procrea lágrimas y futuro: tocamos el
filo en cada
zapato; en cada conciencia, el miedo es otra trapo del
sigilo.)
Vivimos encerrados en
el resuello de las migajas: migajas de todo.
No puedo amar a un País
que sólo deja desposarte con la miseria,
con el tatuaje de la
destrucción del torbellino,
con la expropiación
de la alegría.
A diario servimos la
neblina en la mesa: rezamos para alimentarnos
de fantasmas; en el
ocaso, la luz se convierte en blasfemia;
en la oscuridad
intensa, la boca respira las cruces del día.
En la ley no caben
los descalzos, ni el cadáver que construye
a diario el vejamen,
ni el castillo pintado de arco iris por los niños,
ni el ojo que pueda
ver más lejos ciertos laberintos.
Cada escombro es un
cuerpo que balbucea su propia senectud.
(Las falacias nos sirven de sombrilla y los aplausos
de piñata:
hemos caído en la pasión por los disfraces,
en la pelota dominical de las diversiones. El oficio
es sajar la Esperanza,
hasta que la extenuación sea la tierra contundente de
la miseria.
No puedo amar a un País que hace del abecedario un remedo,
un circo, una pocilga, un largo callejón de ruinas.)
Detrás de cada cuerpo
hay músicas siniestras, entumecidos bosques,
un País cercenado, entrañas
putrefactas, costillas delirantes,
amaneceres en pozos
macabros, bartolinas donde el fuego
no da tregua: muertos
cansados de morir en las pezuñas,
aguas lentas mordidas
por el semen de los perros:
todo está aquí en
esta locura de País que tenemos,
menos por supuesto,
la alegría de la risa, menos la ventana,
sino el escalofrío
que repta por los poros.
Tiemblan las ojeras
en los escollos abisales de las tumbas.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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