Fotografía: Pinterest
INFINITUD DE LA ESPUMA
Sobre
las aguas, la lengua amarilla de la espuma, el olor de los peces,
los
cuchillos del azogue, el ombligo blanco de la luna sobre
el
papel de los cabellos dispersos de la brisa.
(Ahora me viene a la memoria, “El
lugar sin límites” de José Donoso,
el aserrín de incienso en la boca,
los sollozos abiertos
como una montaña cayendo en el ocaso,
la claridad amarga
de los meses subiendo en forma
desmedida hasta las aspas de las pupilas.)
Nos
hemos acostumbrado al sostén de los litorales desiertos,
a
todo lo efímero que nos nombra,
a
ese destierro diario al que nos avienta el filo de la muerte;
a
ratos nos conmueve la sal derruida de las sepulturas,
el
infierno de las preguntas, la bocina del eco,
el
camión despoblado del reloj,
la
respiración temprana de las cebollas y los ajos,
los
sobacos entumecidos en la invocación,
todos
los dientes postizos del calendario guardados en la fosa nasal
de
la Esperanza, el carburo apolillado del desayuno.
En
este ir y venir sobre la espuma, —las aguas nos quitan los pasos
mientras
los perros ladran en senderos de ceniza,
las
semanas de humo enrolladas en las pupilas, en el tabanco
de
las cejas, en el bolsillo barrido de monedas, en la caja de pandora
de
las bocinas, donde desmaya el mar sus esquinas azules.
La
infinitud, a menudo, nos roba el gozo y los días postreros
de
los peces; nos roba el azúcar asoleada de las gaviotas,
la
espiga de la ola, el muelle levantado por los despojos del mar;
nos
roba la sábana: sangra como viento de caballos,
muerde
con sus anillos de grietas.
(Ahora me vienen tantas fragancias
inútiles:
los sueños que se perdieron en las
palabras, en el zumbido
de los atrios, en la oscuridad ceñida
al sabor de las frutas agrias.
De hecho, en cada rama de agua
florece la sal adusta de la noche,
la puerta rota de la voz,
el ruido que hacen los labios
extendidos en el pálpito:
siempre es así, después de todo,
cuando el dolor se vuelve sordo,
cuando los clavos perforan la
garganta,
y hay un nudo de dientes en la
oscuridad cotidiana. Siempre es así,
cuando los deseos se convierten en
brazaletes de guijarros,
y el juicio es capaz de enterrar las
raíces.
En la infinitud de la espuma,
rememoro el pie de la madrugada
y los estornudos del calendario con
todo el eco salpicado de juguetes
y caricias, con el relincho de las
páginas en blanco.
Con toda esta vigilia es difícil
conciliar el sueño: salpica el desamparo
con sus alambradas, azota el golpe
envolviendo las ventanas,
la almohada desdibujada por los
fangos del suspiro,
el alma rota, sin brazos como un
mendrugo en los vertederos.)
Del
libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
©
André Cruchaga
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