Fotografía: Pinterest
HISTORIA DE LA RÁFAGA
Aquí están
alineados
cada uno con su ofrenda
los huesos dueños de una historia secreta
cada uno con su ofrenda
los huesos dueños de una historia secreta
José Emilio Pacheco
El ojo insoluble, petrificado en el
taburete marítimo de las olas, el animal que soy en el delirio de las sombras,
pupilas de la raíz al ras del suelo, la memoria quemante de la tormenta,
paraguas flotando en el pecho, girasoles de hielo lamiendo las calles, este
amor terrible de brasas en plenos pájaros de sombrillas, a merced de estos ojos
que miran agónicos, silban en el azúcar sexual de los parpados; vos me hablás
con el tic tac prohibido de los relojes, ponés las rosas de tus manos en el
umbral del candil donde apenas veo el tabanco, la carrera del mapamundi del
aroma, misteriosos poros en la efervescencia del cuerpo, en las redes de la
saliva del desfogue, ansias del algoritmo de las reincidencias. A esta fusión,
se entrega ahora la sed, los tentáculos firmes del orgasmo, el registro de la
sábana en los poros, el humo del aire real en el nido donde se nutre la
garganta de ahogos. Para vivir más en el castillo de la luz de tus pupilas, la
espina dorsal de la lengua con sus redobles, la puerta en la mecedora de las
luciérnagas, la noche sobre los hombros del pan, al nivel del vaso de los senos
donde se bebe el agua quemante de las axilas, las ansias clavadas en el arpa
del ombligo, sin más respiración que el relámpago en el aliento; dentro del
pecho los ecos febriles de los molinos de viento, la luna ahogada en el
terciopelo del azúcar: me disemino en todo, y es todo, por supuesto, el cuerpo
en los dominios del velamen, marcado por la fisonomía de los espejos, la
palabra en todas las palabras de la ráfaga, este nombre tuyo girando en la isla
del iris, ardiente hechizo donde la sangre atraviesa las atarrayas de las
pestañas, esta realidad demasiado real del cuerpo. Aquí todo y nada. La
pirámide del atributo sobre la lanza, el combate del hambre en la colmena del
relámpago, la voz que toca el riachuelo del torrente y supone oír melodías al
borde de la piedra donde el ave hurta los sueños de los tobillos, la calle
robada de la felicidad, encima del corpiño que vuela como una llama de anticipados
objetos, anillos que preceden a los poros hipnotizados: flama y cuerpo en el
árbol de la sed hacia el estío del instinto, lámpara al fin del calendario
imposible de olvidar, amantes animados que se reconocen en el agua, en la
fruta fugaz de la ola, en el aerosol del espectro de las hadas, en el alero
petrificado en el bosque con sus códigos de piel diurna. En la carroza del
sinfín nos reconocemos, nos vemos de párpado a párpado e interrogamos al mar,
sin abandonar lo que significa la fogata de la sed, el tumulto de entregas en
cada parpadeo del mapa. (Siempre fue
real la desnudez del país en nuestra desesperación. El espejo destrozado del
frenesí, la sábana cárdena rechinando entre los dientes, la dureza de las
sombras perseverantes del caos. La impunidad y el cinismo no nos dieron tregua,
pero aprendimos a lavar nuestra piel empolvada de tanta historia.)
Del
libro “MOTEL”, 2012 (Inédito)
©
André Cruchaga
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