domingo, 26 de noviembre de 2017

SED DE ROCÍO

Fotografía: Pinterest






SED DE ROCÍO




Yo inventaba memorias.
Las aves se fugaban por las rutas del aire,
y era mentira la totalidad de la noche.
Ricardo Lindo




Un día me dijeron que la sed era solo espejismo en el aliento.
A menudo deambulo en la intemperie de la lluvia,
Deshaciendo las páginas de la diáspora,
el revés vívido de la angustia, sumo taller de la sed.

En el incensario, la luz templa el infinito; lo demás es yesca:
páramo abisal en el semblante de los pañuelos,
indigencia de los grillos,
feroz cristal en la arcilla de los alelíes.

Diría que me pierdo en las aguas secretas de la cama:
el salvavidas se inmuta frente al espejo,
el huracán trasegado del alambique,
los anaqueles de los libros, el mundo borroso de los bejucos,
el padre nuestro hasta el cuello del universo,
el agobio del vinagre elevado a hazaña de Estado:
somos después de todo un riesgo latente
en la página de cada mañana,
en el tragaluz recóndito del expediente de los sueños,
en el laberinto diseñado para los dientes,
donde no cabe la fatiga.

Nos inventamos pistas de aterrizaje para el reloj inquietante
de las dunas, para los mercados y su rutina;
así es como en la ebullición mordemos la espuma.

Nunca agotamos la gema del musgo de los litorales:
siempre la sed
con su dócil agitación de medianoche,
con el aplomo del ojo en el fermento del moho.
Mar adentro, el coral de los vitrales;
encima, el cobre de las campanas, las anclas copiosas de cadáveres.

A diario me toca inventar fuegos y mundos:
persigo paisajes al punto del rocío y la lluvia,
oficios donde la luz esté presente por si acaso.

No me fío de las costuras del azar, ni de las invocaciones sacras,
ni de la danza agónica del murmullo,
ni del trapecio que subyace en cada respiración,
ni de los aerobismos perfumados de los contenedores,
ni del resplandor de plata
de las escamas cuando todo es pozo irreal de los estiajes.

Prefiero creer en el camello que atraviesa el ojo de la aguja,
a la escarcha que pueda derivar de las máscaras,
al camino absurdo de las pelucas, a la animación del vello púbico,
sosteniendo mi vigilia de búho ciego.

Al final, la sed es un despojo de relojes:
inclemencia de hogueras,
simple hendidura del barro, querencia del desierto.

Al final, nada es si falta el vuelo: la entraña real de los nombres
queridos, —vos que pusiste los párpados de espalda,
y ofrendaste la noche y la tristeza y el peaje y colocaste diques,
en vez del agua.

En otras latitudes, la ventana relente, la alacena del agua,
cuando el eco, deshumedecido, devora el aliento.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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