Fotografía: Pinterest
SED DE ROCÍO
Yo inventaba memorias.
Las aves se fugaban por
las rutas del aire,
y era mentira la
totalidad de la noche.
Ricardo Lindo
Un
día me dijeron que la sed era solo espejismo en el aliento.
A
menudo deambulo en la intemperie de la lluvia,
Deshaciendo
las páginas de la diáspora,
el
revés vívido de la angustia, sumo taller de la sed.
En
el incensario, la luz templa el infinito; lo demás es yesca:
páramo
abisal en el semblante de los pañuelos,
indigencia
de los grillos,
feroz
cristal en la arcilla de los alelíes.
Diría
que me pierdo en las aguas secretas de la cama:
el
salvavidas se inmuta frente al espejo,
el
huracán trasegado del alambique,
los
anaqueles de los libros, el mundo borroso de los bejucos,
el
padre nuestro hasta el cuello del universo,
el
agobio del vinagre elevado a hazaña de Estado:
somos
después de todo un riesgo latente
en
la página de cada mañana,
en
el tragaluz recóndito del expediente de los sueños,
en
el laberinto diseñado para los dientes,
donde
no cabe la fatiga.
Nos
inventamos pistas de aterrizaje para el reloj inquietante
de
las dunas, para los mercados y su rutina;
así
es como en la ebullición mordemos la espuma.
Nunca
agotamos la gema del musgo de los litorales:
siempre
la sed
con
su dócil agitación de medianoche,
con
el aplomo del ojo en el fermento del moho.
Mar
adentro, el coral de los vitrales;
encima,
el cobre de las campanas, las anclas copiosas de cadáveres.
A
diario me toca inventar fuegos y mundos:
persigo
paisajes al punto del rocío y la lluvia,
oficios
donde la luz esté presente por si acaso.
No
me fío de las costuras del azar, ni de las invocaciones sacras,
ni
de la danza agónica del murmullo,
ni
del trapecio que subyace en cada respiración,
ni
de los aerobismos perfumados de los contenedores,
ni
del resplandor de plata
de
las escamas cuando todo es pozo irreal de los estiajes.
Prefiero
creer en el camello que atraviesa el ojo de la aguja,
a
la escarcha que pueda derivar de las máscaras,
al
camino absurdo de las pelucas, a la animación del vello púbico,
sosteniendo
mi vigilia de búho ciego.
Al
final, la sed es un despojo de relojes:
inclemencia
de hogueras,
simple
hendidura del barro, querencia del desierto.
Al
final, nada es si falta el vuelo: la entraña real de los nombres
queridos,
—vos que pusiste los párpados de espalda,
y
ofrendaste la noche y la tristeza y el peaje y colocaste diques,
en
vez del agua.
En
otras latitudes, la ventana relente, la alacena del agua,
cuando
el eco, deshumedecido, devora el aliento.
Del
libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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