Fotografía: Pinterest
PÁJARO DE LA
AUSENCIA
La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia.
que puede ser igual a su ausencia.
Roberto Juarroz
Para sostener los relámpagos, es
indispensable domesticarlos en la almohada de los imanes; a más sombras, el
alma termina envenenada, la ceniza hija de los huesos, espectro caníbal del
reptil que soy; en los labios disidentes de las abejas, bocas crecidas de la ciudad. Hay candiles de dispersas
calcinaciones, candelas de sedentarios ríos, puertas cerradas como los perros
devorados por el frío, extraños alfileres mordiendo el silencio, el pájaro de
rodillas en el nido, caballos estériles en la garganta, al punto de dormitar en
la cobija del cansancio, ―ay, aquel beso temblando en la viscosidad de los
encajes, la memoria destrozada por el olvido, junto a la cuchara febril del
azogue. Ay, la fogata de pájaros de la ausencia y su boca de ahogados
disturbios. (Nunca es suficiente el
tiempo para extraviarse en la ternura, ni el ardimiento para vaciar todos los
burdeles. Tu sexo en mi pecho aligera los caudales del estremecimiento y
destraba el candado tibio de la ventana para el ministerio que la reclama.)
Cada día tiene sus propios miedos: al oído el estrépito de las emanaciones, la
leche de los senos a dos manos, el relámpago en la libélula del desvelo,
paredes donde crece la yedra de los labios, el sedimento de las vértebras, en
el dedo de la pena mordiendo las aguas negras del ángel repentino del espejo,
de la ola en desorden del colibrí. Por cierto que del imán cuelga también la
llama del desorden, los nombres rotos del sillón de la soledad, la sangre
desmenuzada de los lamentos en la feligresía de las uñas del anhelo; luego las lámparas primarias del instinto, con
su trinidad mercenaria, este corazón en fuga de trenes y ventanas, el párpado
desnudado en los muslos, los tristes estados de la materia en el suelo, pegado
al ojo pervertido de la muerte. A diario, en la vigilia, soplan los vientos de
la muerte, tiemblan las retinas en la noche endurecida, ―tantos minutos de
crimen como espectros de rodillas, huesos calcinados en la boca, increíbles
larvas en la respiración del sueño; algún día dejaré de descender a los
infiernos, reiré de la noche degollada
de la podredumbre, saldré del galope del ruido como un rostro fuera del
manicomio de las palabras. ¿Veré, después de todo, relámpagos diferentes al
chasquido de errajes, labios como litorales de escalofrío, vocales enfurecidas
en mi lengua, tiernas de cogollos? ―Uno nunca lo sabe. Son terribles las
veredas cuando son devoradas por los dientes, cuando la obscenidad no tiene el
poder de redención, ni el apacible olor de las hortalizas. Uno siempre está a
merced de caminos inciertos: antes fuimos vientos proporcionales al magnetismo
del ansia, flor de los ojos del tiempo más gratificante; ahora es como una
tortura andar a cuestas los líquidos oscuros del cuerpo, el rencor convertido
en ira, la visión de un viento casi maldito…
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito)
© André Cruchaga
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