domingo, 12 de noviembre de 2017

HONDONADA DEL ESTERTOR

Imagen cogida de la red





HONDONADA  DEL ESTERTOR




Como una rama en el bosque al paso del hormiguero
El relámpago primo del hada en los hilos telegráficos
Juega al amor detrás del seto
Si yo digo Bressac es para dar al lector un sentido más lúcido
De ese juego de manos su esclavo el pararrayos siniestro
Jorge Cáceres




Las fechas del calendario son hondonadas de vida, torbellinos de la muerte diaria que vivimos en los huecos de la sed; hay ríos destrozados por el sexo de las campanas y otros sonidos, por los ojos deliberadamente abiertos en el trayecto de las palabras, por el estupor del beso cansado en la boca fría  del paisaje que se esfuma en las manos del silencio, o en los ojos ardiendo de luz, espadas de soledad del tamaño del cansancio, hay en esta sed de ventanas rotas, lámparas a destiempo del futuro, sin decoro esta sed de brazos, dueña de la sed. Casi al borde, la sombra, el ala mordida del ocaso, el cierzo del cuerpo en el hastío, el césped de la sonrisa sobre la piel del tedio, ah los lentos caballos de la rocas, la libertad a secas de los dedos, el horizonte vestido de azar, latiendo en el pulso de las sombras, a las doce campanadas de la alucinación, siempre sombra a imagen del páramo, alambiques vertidos en la yerba, como frutas inhabitadas del cielo. Al paso de las pestañas separadas de los ojos, la escarcha del último apetito, los objetos en blanco y negro de la aurora, la ducha del tiro al blanco de la penetración, manjar por cierto sostenido por los gritos del estertor, amor como el almidón inagotable de cualquier imaginario, lámparas líquidas en la agonía de la cópula, abismos de doble muerte en la boca, sábanas donde cae toda la ebriedad del cuerpo, las imágenes dispersas del café espeso, fascinantes dominios de la desmesura alada de dos cuerpos en las esquinas inverosímiles de los poros, del calor espeso del sexo. —Nos ahogamos en esta locura de azúcar, en la tortura alada del aliento, al punto donde la marea llega hasta la garganta, y el espejo del vértigo atraviesa la vellosidad del enjambre, los veleros hilvanados de la lengua, la siembra transcurrida en la  cara  de los desvanecimientos del espejo y el vuelo, en el resplandor de la mirada acostumbrada a la multiplicación de los milagros. Desde el suspiro, el tiempo saliéndonos de los poros, traspasando la luna roja del espejo, las sílabas de las pupilas abiertas a las ventanas donde abrimos la esquina de los rincones del alma, el mundo hipnótico de los sonidos, el semblante cóncavo del pecho, el témpano de calor de nuestro propio mundo. Aquí perdimos la mirada cuando la lluvia se lanzó sobre nosotros, cuando escribo en el poro terrestre del abdomen, cuando el labio se vuelve terrestre ante el paisaje, bosque de aguas, tanta adversidad, no obstante,  en nuestro pecho, mundo de espasmos alrededor del hambre. Tanta tempestad detenida en los párpados. (Sobre el pecho, alguna vez, la esperma irreprochable de la lluvia. Ahora, pálida la brisa de aquellas planicies; punzante la incertidumbre del solsticio.)
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga

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