Imagen cogida de la red
HONDONADA DEL
ESTERTOR
Como una
rama en el bosque al paso del hormiguero
El
relámpago primo del hada en los hilos telegráficos
Juega al
amor detrás del seto
Si yo digo
Bressac es para dar al lector un sentido más lúcido
De ese
juego de manos su esclavo el pararrayos siniestro
Jorge
Cáceres
Las fechas del calendario son
hondonadas de vida, torbellinos de la muerte diaria que vivimos en los huecos
de la sed; hay ríos destrozados por el sexo de las campanas y otros sonidos,
por los ojos deliberadamente abiertos en el trayecto de las palabras, por el
estupor del beso cansado en la boca fría del paisaje que se esfuma en las
manos del silencio, o en los ojos ardiendo de luz, espadas de soledad del
tamaño del cansancio, hay en esta sed de ventanas rotas, lámparas a destiempo
del futuro, sin decoro esta sed de brazos, dueña de la sed. Casi al borde,
la sombra, el ala mordida del ocaso, el cierzo del cuerpo en el hastío, el
césped de la sonrisa sobre la piel del tedio, ah los lentos caballos de la
rocas, la libertad a secas de los dedos, el horizonte vestido de azar, latiendo
en el pulso de las sombras, a las doce campanadas de la alucinación, siempre
sombra a imagen del páramo, alambiques vertidos en la yerba, como frutas
inhabitadas del cielo. Al paso de las pestañas separadas de los ojos, la
escarcha del último apetito, los objetos en blanco y negro de la aurora,
la ducha del tiro al blanco de la penetración, manjar por cierto sostenido por
los gritos del estertor, amor como el almidón inagotable de cualquier
imaginario, lámparas líquidas en la agonía de la cópula, abismos de doble
muerte en la boca, sábanas donde cae toda la ebriedad del cuerpo, las imágenes dispersas
del café espeso, fascinantes dominios de la desmesura alada de dos cuerpos en
las esquinas inverosímiles de los poros, del calor espeso del sexo. —Nos
ahogamos en esta locura de azúcar, en la tortura alada del aliento, al punto
donde la marea llega hasta la garganta, y el espejo del vértigo atraviesa la
vellosidad del enjambre, los veleros hilvanados de la lengua, la siembra
transcurrida en la cara de los desvanecimientos del espejo y el
vuelo, en el resplandor de la mirada acostumbrada a la multiplicación de los
milagros. Desde el suspiro, el tiempo saliéndonos de los poros, traspasando la
luna roja del espejo, las sílabas de las pupilas abiertas a las ventanas donde
abrimos la esquina de los rincones del alma, el mundo hipnótico de los sonidos,
el semblante cóncavo del pecho, el témpano de calor de nuestro propio mundo.
Aquí perdimos la mirada cuando la lluvia se lanzó sobre nosotros, cuando
escribo en el poro terrestre del abdomen, cuando el labio se vuelve terrestre
ante el paisaje, bosque de aguas, tanta adversidad, no obstante, en
nuestro pecho, mundo de espasmos alrededor del hambre. Tanta tempestad detenida
en los párpados. (Sobre el pecho,
alguna vez, la esperma irreprochable de la lluvia. Ahora, pálida la brisa de
aquellas planicies; punzante la incertidumbre del solsticio.)
Del libro “MOTEL”,
2012 (Inédito) 170 pp
© André Cruchaga
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