Fotografía Sergej Jensen (Cogida de Pinterest)
FERMENTO DEL MÉDANO
Más borroso que un velo
tramado por la lluvia sobre
los ojos de la lejanía, confuso como un fardo,
errante como un médano indeciso en la tierra de nadie…
los ojos de la lejanía, confuso como un fardo,
errante como un médano indeciso en la tierra de nadie…
Olga Orozco
Todo el día se
obstina en hervir los fermentos del ramo de polen dentro del suspiro. Todos los
días un fuego diferente, el mismo fuego. Al parecer la levadura crepita en la
delicia de la espuma, impregnada de labios y ojos, donde se presiente la vida;
en el barril confiado del pecho, el secreto destino convoca a la dulce
embriaguez de las sienes, en medio de los peces que flotan, el fluir del
aliento desde lo íntimo, desde el ojo que se impregna en la tierra. (La
ficción nos acecha con sus propias catástrofes: la ficción total, artificio
como la luz en la soledad, rendijas en la noche, en la página del insomnio,
repartida en el rincón de la vigilia. Arrastramos tiempo y deseo en la memoria;
nos perdemos en las vocales del sendero. Enfrente de nosotros el muro de la
otredad. Mientras tanto, permanecemos sumisos a la irrealidad de la verdad,
resueltos a la desnudez crecida de las sombras.) Desde luego, durante las
semanas, transcurren gastadas hambres, disfraces que no siempre pueden
desahuciar el olvido, ni la vida en solitario, en retiro de la intemperie; los
ojos arrebatan la piel de la desnudez, ese telar de raíces, sueños y piel, la
consumación hilvanada por el fermento del traje hecho a la medida de la
memoria. Siempre está presente la panela de dulce y la canela, el anís, con
todas sus letras unidas y contiguas, frutas con humedad, adjetivos y cópulas,
hasta responder al poro callado. Cabalgan los trenes sobre la piel, mientras
ésta enmudece en los rieles que la unen, en la bebida furtiva del péndulo que sube
junto al poro del ardimiento: aprendemos que también los nombres se dilatan en
las palabras, igual que la sed saciada en los toneles del vértigo, en cada poro
habitado por el aire, en cada corriente insaciable de estertor. Siempre estamos
junto a las cortinas de la obstinación; el deseo pervive aún en la orfandad, en
la mutación del paisaje liberado, —está ahí, como una fiebre sin fronteras, sin
agazaparse en los espejos del día, porque a fin de cuentas, tiempo y espejo,
son partes de este ritual: cuerpos con sus propias esencias. Sustancias que se
hacen una en la fundación de la batalla, debajo de sí mismos, validados por el
sueño, acaso la misma ceguera inexorable tatuada en los poros. Adentro, en lo
profundo, el oleaje es fuerte: al final, resulta arrasada la materia a raíz del
vértigo; siempre es así cuando la bebida se encarna en el tiesto de la bebida,
cuando la corriente del fermento ahonda en el vaso, cuando la mano pugna por el
caracol, cuando la sed, en su ebriedad mutua, hace caso omiso de los límites,
cuando al fin, la bebida retumba como un relámpago, y muerde los ijares del
laberinto…
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito) 170
pp
© André Cruchaga
Fotografía Sergej Jensen
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