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TABURETE DE LA SOMBRA
Siempre
estás ausente de claridad a la espera del paladar
de
las estrellas, en la saliva azul del lecho donde los ojos corren
hasta
derramarse en el rastrojo líquido del cielo;
copula
el horizonte sus tejados de viento;
en
la madera,
de
pronto ciega,
aletean
las ventanas su apocalipsis.
Hay
taburetes en la más absoluta orfandad de la intemperie,
palabras
que deja la noche en el rescoldo de la distancia:
crecen
los recuerdos en la hostia de la sangre,
la
boca extendida del suelo, en la champa adusta
que
la lluvia desbarata
al
gastarse la tarde en los muñecos de trapo.
Entonces
veo las vitrinas con los brazos caídos,
los
clasificados de la hojarasca en la pasta de los libros;
de
pronto, también,
el
ahogo que escupa en el ilusionismo de las pupilas.
La
sombra que no sabe que es sombra y guarda
en
su alacena, armarios de desahuciados diccionarios,
titánicas
erratas jugando a la ternura.
En
la vigilia se disuelven fuego y ceniza,
escucho
desde el tejado
el
maullido de los sueños,
la
brama del alfabeto en historias
sombrías
de paraguas,
en
ciertas tormentas que machucan pies y clavículas,
la
crueldad de los grises de la niebla en el dintel,
el
aguijón del vacío dislocado en los hombros,
aun
la altura del polvo en el aliento,
el
sube y baja de las pestañas
en
el vaso mensajero del pecho,
—sé
que cada arrebato tiene sus propias geometrías,
un
marcielo con rieles de arena, tuberías esféricas de acróbatas,
fulminante
madera de otros soles menos apetecibles.
Nos
quema la falta de concordia: urdimos cielos absolutos,
cuando
la relatividad hace sus propias acrobacias,
y
nos mete de cabeza en habitaciones oscuras de vértigo.
En
cierto modo, se ha puesto a luz del día,
el
melodrama del malabarismo de los fósforos,
la
mecha negra del candil
sobre
manteles blancos,
hay
manoplas en el ambiente en vez
de
pensamiento,
prestidigitadores
con guantes tal los verdugos
que
arremeten con malicia contra la oscilación del aliento
diáfano
de la lluvia que cae como contrapartida del polvo.
Tenemos
días como péndulos al revés de los guacales,
días
que huyen de las sienes,
feroces
fuegos de odio al prójimo,
bacinicas
de saliva,
vertederos
sostenidos en el conjuro,
ojos
de perros escapados de sus jaulas,
mutiladores
de sueños en un abismo de pesadillas subterráneas.
A
causa de este vértigo, irradiamos párpados de hollín:
por
desgracia, es otra manera de tortura,
no
menos cruel
que
la vivida en la enceguecida carreta de la memoria,
en
la locura que cortó las patas del taburete
con
su embriaguez de muerte.
El
país es ese taburete terrible donde ninguna herida se exime,
de
la ruina y la súplica:
todo
es extravío y fechas aglomeradas.
Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito).
138 pp
© André Cruchaga
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