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MADRUGADA DISPERSA
En la aldaba de la puerta, el cuerpo amurallado del cierzo,
las
mañanas incontables,
la
historia movediza de los ojos de todos los días.
El cielo como un alambique de estanterías difusas:
a
veces se asoma la escarcha
de los recuerdos, el fondo de los objetos con apetito de brazos;
cualquier avidez es parecida al éxtasis,
al yeso disperso de la madrugada,
de los recuerdos, el fondo de los objetos con apetito de brazos;
cualquier avidez es parecida al éxtasis,
al yeso disperso de la madrugada,
a
la hoja que naufraga
en los párpados y allana las sienes con trabajosa complicidad.
en los párpados y allana las sienes con trabajosa complicidad.
(Siempre es recrear el titubeo en el ojo de los mástiles,
en la franela
frenética del cierzo desvivido en la madrugada,
casi como una camisa fugitivos delirios,
con la justa desproporción que producen las antorchas desbocadas,
sobre el punto apretado de las estrellas del planisferio.
frenética del cierzo desvivido en la madrugada,
casi como una camisa fugitivos delirios,
con la justa desproporción que producen las antorchas desbocadas,
sobre el punto apretado de las estrellas del planisferio.
Hay caminos remotos que
olvidan las distancias
y pájaros soterrados en
el ciprés del aliento.)
Hacia el camino llevo caballos de sueños,
bitácora
de apóstol, gritos de sal en los ojos,
humo denso en la sombra del costado:
humo denso en la sombra del costado:
es
parte del equipaje —me digo, sin titubeos—
asido por mis manos para andar mis tristezas obedientes,
todo el vapor del horizonte en el rapto del arco
de la mariposa que desviste
asido por mis manos para andar mis tristezas obedientes,
todo el vapor del horizonte en el rapto del arco
de la mariposa que desviste
las
curvas del vuelo hasta la entrega.
(Velo aquel muro de silencio a mitad del ojo
que contiene las corrientes,
las aguas del río crecidas de las estatuas,
los meses diurnos del hallazgo de la lámpara,
las aguas del río crecidas de las estatuas,
los meses diurnos del hallazgo de la lámpara,
la lluvia atrapada en el
cuaderno del pecho:
nacen auroras al punto de
hacer
crecer el aliento,
crecer el aliento,
la servilleta de la nube
sobre la mesa de los juegos
de la altamar de los desheredados,
de la altamar de los desheredados,
la raíz vertical del
espejo
que cae como un disparo en el pavimento.)
que cae como un disparo en el pavimento.)
—Me paro en algún resquicio de los puentes por aquello de la sed
y las oscilaciones,
sed
de invariable omnipotencia,
aquel espacio de sonidos en torno a los lóbulos,
altas yerbas en la telepatía que la hoguera avienta cargada
de presagios,
aquel espacio de sonidos en torno a los lóbulos,
altas yerbas en la telepatía que la hoguera avienta cargada
de presagios,
pensamientos,
sombras,
pedazos
de miradas.
En los cuatro puntos cardinales,
la
imagen del éter,
el
prisma secular de los pétalos,
el
plano cartesiano montado en las montañas,
el hangar de las axilas en la intemperie:
el hangar de las axilas en la intemperie:
nos
lame el tiempo y sus varices oxidadas;
con su fondo pervertido,
las aguas a la altura del ceño,
con su fondo pervertido,
las aguas a la altura del ceño,
cuaderno
líquido suspendido
en las manos de los ecos:
en las manos de los ecos:
hay
tantas madrugadas dispersas y sin llaves,
voces indefinidas,
voces indefinidas,
cifras
colgadas en alacenas como trofeos de trementina,
como hambre siniestra
como hambre siniestra
en
la autopista de las enredaderas.
A la hora del búho,
lanzo
mis respiraciones despojado de techos,
sólo me quedo con los abanicos de la neblina,
con el pie derecho puesto en ala de los hemisferios,
con el aire y su proeza de párpados,
sólo me quedo con los abanicos de la neblina,
con el pie derecho puesto en ala de los hemisferios,
con el aire y su proeza de párpados,
con
ese picoteo del seno diluyéndose en mi garganta,
como
un jardín de begonias.
(Al pie de la abeja de
las semanas,
las espigas inclinadas de
este asedio eterno.
Una herida siempre
pronuncia lo que nos ha
dejado el camino.)
Barataria, 2012
Del libro “EN ALGÚN LUGAR INEXISTENTE”, 2011-12
(inédito). 130 pp
© André Cruchaga
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