lunes, 12 de febrero de 2018

CAVERNA

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CAVERNA




¿Habré de desatar las tempestades de todas las cavernas
mágicas del desierto?
¿Juntar las arenas de las cuatro esquinas del cielo vacío,
con un fervor inmenso de saltamontes?
Léopold Sédar Senghor




Pueda que el ánimo de soñar haga verosímil la luz
y deje al descubierto el moho de todos los pronombres,
salgan a flotar los automatismos,
crezcan las estrofas de la espuma o del cierzo
sobre la piel de los espejos y sus furias.

El barranco de las espinas —en su árida ternura—
azota aquella decrepitud de la escritura;
en la solemnidad de la embriaguez,
se hace visible la cripta de la noche,
la hermosura de las aldabas, las lianas de la metafísica.

Debo suponer que este mundo es posible
aun con todas sus cuarenta noches de iglesias,
con las fosas saqueadas del incienso:
hay cavernas tan profundas que son necesarias ciertas escaleras,
y antorchas que conduzcan a la visibilidad de los cadáveres
soterrados en la conciencia.

Es difícil explicar el arco iris sin aromas.

Es difícil la fantasía sin la semilla de los relámpagos.

La risa disfrazada de mundo feliz,
justo donde se coteja a diario la ceniza,
donde no hay inmunidad ni siquiera para las gaviotas,
salvo la instantánea de moscas en el temblor del mantel
                                                            [de la caligrafía.

Sé que es posible filtrar la lluvia en el ojal del tejado;
en cada uno hay silenciosos musgos y hongos brotando,
erizados de aguas y llaves,
tempestivos como el perro que ladra
con el frío de la deshora.

 (Caminamos, a menudo,
abriéndole caminos al viento; adivinando asombros
como en una romería de mapas y llaves,
como el tránsito entre trocitos de escamas.
—Vos y yo lo sabemos después de haber olvidado
las solemnidades, los bultos del barranco,
la lluvia con sus presentes purificadores.
También en la caverna —lo sabemos—,
hay verdades insoslayables,
la hora donde las tijeras flotan en el aire,
el hilo callado de la oscuridad en la garganta,
la cara herida del alfabeto.
Nada es inverosímil; todo puede suceder:
capitular el hambre ante los trajines estridentes de las calles,
hurgar el abandono en la cocina,
morder la virginidad de lo desconocido pese a que la sal
está regada por todas partes y, en cierto modo,
se ha perdido el asombro.)

En el cántaro de cada latido,
las begonias se vuelven esenciales,
clavos de olor para encontrar el puerto donde lo profundo
resucite de las criptas.

Claro que en este cuaderno de sombras, —vos y yo—,
hemos sido esclavos de la oscuridad de nuestra época,
también de cierta claridad en las astillas de la madera.

No sé si podremos con todo el fuego del espíritu,
profetizar la piel de los jardines colgantes del alma,
modular la dicción de la misericordia,
trepar al cuerpo
sin la penumbra de los matorrales.

Sabido es que somos la propia caverna,
forjada con nuestros silencios;
a veces, la ráfaga o el viento ha sido nuestra brújula.

Al compás de las oscuras relojerías de lo inmenso,
el nosotros y sus torpezas de niños descobijados.

Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito). 119 pp
© André Cruchaga

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