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CAVERNA
¿Habré de desatar las
tempestades de todas las cavernas
mágicas del desierto?
¿Juntar las arenas de las
cuatro esquinas del cielo vacío,
con un fervor inmenso de
saltamontes?
Léopold Sédar Senghor
Pueda
que el ánimo de soñar haga verosímil la luz
y
deje al descubierto el moho de todos los pronombres,
salgan
a flotar los automatismos,
crezcan
las estrofas de la espuma o del cierzo
sobre
la piel de los espejos y sus furias.
El
barranco de las espinas —en su árida ternura—
azota
aquella decrepitud de la escritura;
en
la solemnidad de la embriaguez,
se
hace visible la cripta de la noche,
la
hermosura de las aldabas, las lianas de la metafísica.
Debo
suponer que este mundo es posible
aun
con todas sus cuarenta noches de iglesias,
con
las fosas saqueadas del incienso:
hay
cavernas tan profundas que son necesarias ciertas escaleras,
y
antorchas que conduzcan a la visibilidad de los cadáveres
soterrados
en la conciencia.
Es
difícil explicar el arco iris sin aromas.
Es
difícil la fantasía sin la semilla de los relámpagos.
La
risa disfrazada de mundo feliz,
justo
donde se coteja a diario la ceniza,
donde
no hay inmunidad ni siquiera para las gaviotas,
salvo
la instantánea de moscas en el temblor del mantel
[de la caligrafía.
Sé
que es posible filtrar la lluvia en el ojal del tejado;
en
cada uno hay silenciosos musgos y hongos brotando,
erizados
de aguas y llaves,
tempestivos
como el perro que ladra
con
el frío de la deshora.
(Caminamos, a menudo,
abriéndole caminos al viento;
adivinando asombros
como en una romería de mapas y
llaves,
como el tránsito entre trocitos de
escamas.
—Vos y yo lo sabemos después de haber
olvidado
las solemnidades, los bultos del
barranco,
la lluvia con sus presentes
purificadores.
También en la caverna —lo sabemos—,
hay verdades insoslayables,
la hora donde las tijeras flotan en
el aire,
el hilo callado de la oscuridad en la
garganta,
la cara herida del alfabeto.
Nada es inverosímil; todo puede
suceder:
capitular el hambre ante los trajines
estridentes de las calles,
hurgar el abandono en la cocina,
morder la virginidad de lo
desconocido pese a que la sal
está regada por todas partes y, en
cierto modo,
se ha perdido el asombro.)
En
el cántaro de cada latido,
las
begonias se vuelven esenciales,
clavos
de olor para encontrar el puerto donde lo profundo
resucite
de las criptas.
Claro
que en este cuaderno de sombras, —vos y yo—,
hemos
sido esclavos de la oscuridad de nuestra época,
también
de cierta claridad en las astillas de la madera.
No
sé si podremos con todo el fuego del espíritu,
profetizar
la piel de los jardines colgantes del alma,
modular
la dicción de la misericordia,
trepar
al cuerpo
sin
la penumbra de los matorrales.
Sabido
es que somos la propia caverna,
forjada
con nuestros silencios;
a
veces, la ráfaga o el viento ha sido nuestra brújula.
Al
compás de las oscuras relojerías de lo inmenso,
el
nosotros y sus torpezas de niños descobijados.
Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito). 119 pp
© André Cruchaga
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