Imagen cogida de la red
LIBÉLULAS
En
los paréntesis del agua, cuántas libélulas urgentes de vuelo.
Al
costado de la ternura,
el
aliento hímnico de las ventanas,
la
puerta visible del caracol,
las
curvas promisorias del aleteo,
el
anhelo enredado en el aliento del manglar:
un
haz de luz,
ciega
las sombras que me sostienen,
la
misma tumba del cielo en la alegría.
Siempre
miro el trayecto del disparo como una recta
que
oscila en el aire;
luego
le quito la omnipotencia al azar,
el
sol a menudo invariable en el espejo,
la
caída de la sed
en
el pantano de todos los días sin ningún analgésico.
Zumba
desde el alambique, el cuatrojos,
el
hígado gastado
de
la aurora y el césped cultivado en las paredes:
crece
el ojo en auxilio de veleros,
la
sábana, a menudo, desproporcionada del delirio,
la
suerte del deseo en una antorcha de ixcanales,
de
sienes arrugadas
de
tanto buscar llaves,
de
tanto leer la propia tortura.
En
cada trozo de madera la suerte está echada;
a
falta de rituales,
debo
encender los espejos de la tarde con el humo del aliento;
la
voz empuja la contemplación de los colores,
el
espejo del fuego quema los floreros,
en
ninguna parte de mi memoria
encuentro
fechas imprescindibles.
No
recuerdo la primera
escritura
de la alegría, aun poniendo pretextos,
como
la algarabía
del
pubis en mi aprendizaje, ni la rama madura en la boca:
sólo
este fluir de tumbas, convencido de la muerte.
(Sin duda existen días al ras del
suelo,
donde columnas de libélulas,
lamen el epitafio apócrifo del
hombre,
las paredes de la demencia
donde escribo el abandono con los
brazos abiertos,
la mirada perdida sin ninguna
posibilidad de parpadeo.
A veces la soledad nos produce cierta
amnesia,
perturbadora de nuestros propios
sueños,
acróbata de la salmuera.
Hoy, tal vez, no sirven ya las
categorías dialécticas,
tienen la fisonomía
de un neumático gastado, la gratuidad
desaforada del grito,
la silueta del cántaro en la sombra
de la conciencia.)
Siempre
estamos empantanados queriendo reconquistar
la
pérdida del habla,
los
días febriles de la otredad, el tren, por ejemplo,
con
vagones de pájaros,
pero
la historia es la misma ciénaga
donde
hemos estado tanto tiempo:
allí
los desniveles propios del abismo,
el
hilo de los rieles gastados del cuerpo,
la
densidad de la materia
en
descomposición, la oscuridad certera de los brazos,
en
cada bocanada de aire de las cerraduras.
Ahí
como un péndulo ahuecado, las densas aguas
del
crepúsculo entre el temblor de los espejos.
Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga
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