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CALIGRAFÍA DE LA
OSCURIDAD
Con
la botella de mar tirada al vacío,
el
zumo de la razón arde en el polvo;
es
tiempo de rostros tapizados por la oscuridad de lo efímero:
—efímero
el juego desgastado de la caligrafía,
la
dialéctica del oleaje en el agua oscura de las sombras;
(tras bambalinas, el arcano, se nos
vuelve huidizo,
camino incognito de la ficción
humana.)
La
excesiva transparencia nos desvive,
así
la piedra profunda hundida en el barro;
la
respiración que sale desangrada del aliento,
antes
de que el desvelo capitule
en
la furia de alguna cornisa.
Ante
el trozo de caligrafía desangrándome,
el
árbol de la memoria se abre al sonido, como un mapa
de
tinta desparramado en el papel.
Desde
luego, el instinto juega a lo visceral,
atraviesa
las soledades domésticas de las sábanas,
muerde
la lasitud póstuma de las manos,
el
tacto desolado de lo íngrimo.
Entre
la transparencia y la oscuridad,
prefiero
una tercera guarida:
quizá
un museo de piedras u hojas,
el
juego crítico del césped,
el
espejismo o,
una
página con insectos donde nadie sangre herido
por
la vigilia, ni por las llaves del aliento.
Desde
luego,
me
son necesarios diversos atuendos:
un
pasamontañas,
el
destello del aceite rechinando en la cacerola,
el
pez obstinado en la vagina del zodíaco,
los
tantos rostros que perdí en cada palabra
del
adobe o el bahareque.
(Ayer, atónito, vi cuervos en el
firmamento:
eran esculturas sembradas en mis
ojos, pañuelos estrujados
con pespuntes, nombres pulsantes
colgando del vacío.)
Hace
años que la niebla arde en mis pies,
años
grises de confeti,
años
de ríos sacudidos por el recuerdo;
a
cierta edad, uno empieza a reconstruir los sueños
y
a responder preguntas:
pasó
la tormenta con su carraspeo desmedido,
la
explosión de los ojos en la turgencia,
la
medialuna de los labios en el horno del océano.
Tengo,
me digo, —por si acaso—, que pulsar
los
oráculos en el bambú alucinado del pulso;
tirar
los dados o la balanza sin contrapesos del pretérito,
sin
repetir la noche humana del contagio.
Toda
vida cumple un destino:
a
mí me tocó masticar el aire en el infierno del insomnio,
purgar
anónimamente el resuello,
desvivirme
en la tormenta del reloj,
soportar
los desatinos del horizonte,
ponerle
esparadrapos
a
la circuncisión de los deseos, padecer la sal de la noche
[en los dientes.
(Luego
de todo lo inminente, las extrañas ausencias de la sed,
el
cuento de las cerraduras, la página llovida del luto
en
la garganta. La necesidad de precipitarme en tu sexo.)
Siempre
pasa que la mucha claridad,
se
torna oscuridad incisiva;
nunca
el infinito fue tan despiadado como el aliento
de
un moribundo,
como
el declive húmedo de las navajas.
La
duda, después de todo,
mete
sus dientes;
acecha
la oscuridad insomne de la conciencia,
arde
hasta el cuello la ventana quebrada de la caligrafía.
Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011
(inédito). 119 pp
© André Cruchaga
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