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SOMBRAS ABISALES
A anegar desde acuosas
preñeces
la diaria enemistad de la
vida.
Carlos Martínez Rivas
Después
de las tinajas, después del sonido negro
de
la tierra, la frazada baldía de espejos,
la
linaza en la noche.
Han
ido desapareciendo los cuerpos enteros y,
tenemos
en cambio,
sombras
como las ojeras de la historia;
desvivo
el ojo en la aldaba de los asesinos a sueldo,
negro
viento de sombras después de la tormenta.
Jamás
pude quitar del atrio de las sienes,
la
epidermis sudorosa de las dulzainas,
el
escondite minado por las almádanas,
los
aceites del bosque para confundir el olfato;
en
algún lugar donde dormí,
subieron
los insectos al cuerpo,
soltaron
raros fluidos en el horizonte.
Un
hombre como yo,
está
acostumbrado a vivir entre muertos:
todavía
llevo en los costados respiraciones de ceniza,
insectos
que han subido a la mendicidad de mi cuerpo,
grifos
sepultados en nichos improvisados,
árboles
sustituidos por frondas de alfileres.
—En
cada vado que hice durante la marcha,
los
toros lamieron la sal de mis manos,
mientras
la boca tragó
todo
el humo de los equinoccios;
así
embriagó la luz mis poros abiertos a la urbanidad,
al
paraje hondo del cieno.
Yendo
de aquí para allá me asaltaron las preguntas
y
nunca tuve respuestas ciertas,
siempre
el cortavidrio en medio de la alambrada,
la
hermosura de los dictámenes desfavorables,
—vos,
acaso,
con
la locura mayor de las cobijas,
el
cielorraso de las persianas en el suelo,
el
huracán del vértigo sobre la caligrafía,
la
usura llenando las arcas de los desahuciados,
los
que siempre explotan la pobreza.
Sé
que la historia salvará mi respiración
(o la hundirá, en todo caso) a
fuerza de abdominales;
mientras
acontecen tantas promiscuidades,
las
mareas se han vuelto volátiles,
salada
la tempestad de las poluciones,
el
sexo devorado por el robo de identidades.
Me
aseguro de escapar del circo cotidiano.
En
cada puerta abandonada,
hay
desperdicio de guitarras: llaves inhabitables,
sombras
de la más adusta feligresía,
noches
asumiendo los peces del tórax y las ambigüedades,
en
el doble discurso de los tapiales.
Así
subo o bajo las escaleras de los sótanos,
el
amor semienterrado del invernadero,
el
grito de la catacumba a golpe de espasmos,
viva
la libertad de las vitrinas,
del
maniquí robándose la piedad del movimiento de los astros,
en
su rotación de sombra ciega.
Por
suerte, aún puedo golpear las ventanas,
y
censurar la parsimonia
de
las pupilas ante la implacable tortura de lo hondo.
No
niego que de mi boca salen monólogos,
—aunque
nada que ver
con
el de Segismundo, de “La Vida es sueño”,
quizá
un poco con
“El
gran teatro del mundo”:
en
la asfixia muere mi saliva,
el
temor a los gusanos que tocan a mi puerta,
los
sueños convulsos
de
los muñones en el dogma revivido.
Sufre
el país pero tampoco importa.
(Tiene ese dolor al que se maldice
todos los días;
es un extravío más del aturdimiento y
la demencia.)
Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito). 119 pp
© André Cruchaga
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