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DELIRIO DE AGUAS
Y
de pronto, el barco del olfato, en la jarcia de las aguas:
levedad
o ensimismamiento
de
este delirio que extiende sus rumores;
sopla
el viento en el tiesto de los diques,
en
la lámpara blanca
de
la espuma al borde de la penumbra;
sube
en la escalera de sal, el aire absoluto del tiempo.
Hay
un río interno de remordimientos que moja el entresueño,
cuartillas
impregnadas de habitaciones,
aire
viciado en el pañuelo
del
crepúsculo que no deja fluir la respiración,
sino
esta sed
entre
el aleteo muerto del granito:
entre
el matorral y la memoria abigarrada.
Sólo
nos habitan espacios con este dolor de lágrimas.
¿Qué
nos queda, después, de esta piel gastada del agua,
de
tanto invierno de trabajar ventanas,
de
cada hueso de rocío
que
se ha ido acumulando como un escapulario
de
campanas mudas?
No
sé si al final del túnel,
exista
alguna luz o sólo estas filosas
aristas
del abandono,
el
río de cenizas de mi propia sombra,
el
sonido hueco del destino,
la
herida lechosa del escombro
en
el corredor de pinos del escombro,
recuerdos
de manos cotidianas
que
el tragaluz póstumo desnuda en las encías.
Sé
que voy ciego de dientes retorciendo múltiples amarillos,
mundos
cada vez distantes girando en los relámpagos:
hay
candados
por
todas partes gastados por el moho,
hachas
de todo tamaño de desolación,
a
veces frondas con centímetros de herrumbre.
En
la entraña muerde la boca de la noche,
quemo
el incendio
de
los viejos periódicos,
amanezco
en la costilla de los paraguas,
sin
ningún horizonte con la luz a cuestas dentro una mazmorra.
¿Hacia
qué boca de sal me lleva este delirio,
el
suspiro que a veces yerra en las piscuchas,
brutal
como el cuerpo
extenso
de la muerte,
lluvia
tras la muerte de los pensamientos,
vívido
rapto de un ciego frente al espejo,
piel
agotada
en
la maroma de las sombras,
en
el bosque largo de las vísceras?
Un
día habré de saberlo.
Un
día, clausurados todos los hermetismos,
las
semejanzas y las diferencias, los arrepentimientos,
los
cargos de conciencia del soliloquio de la marioneta,
el
monólogo de los zapatos de lo efímero,
la
herradura del ciempiés de la calvicie.
Un
día de risa de mendigos. Un día invernal,
congregada
la lluvia
en
mis sienes, sin la caja de Pandora maloliente,
con
la vehemencia
y
el agua quiera de las acequias.
Descalzo
siento la sordidez de los guijarros
y
la rigidez del suelo
y
el rito ardiente de las hormigas.
Después
de todo, soy mi propio espejo:
vivo
y me oigo,
me
hundo,
pero
¿quién no se hunde vencido en la hojarasca,
en
la bóveda que los mismos pensamientos van construyendo?
Vivo
pese a todo.
Cada
vez el poema es mi casa.
El
poema, digo, que me permite seguir muriendo en el grito.
Vivo
en el centro del dolor, sustraída de golpe la conciencia.
Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga
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