viernes, 23 de febrero de 2018

DELIRIO DE AGUAS

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DELIRIO DE AGUAS




Y de pronto, el barco del olfato, en la jarcia de las aguas:
levedad o ensimismamiento
de este delirio que extiende sus rumores;
sopla el viento en el tiesto de los diques,
en la lámpara blanca
de la espuma al borde de la penumbra;
sube en la escalera de sal, el aire absoluto del tiempo.

Hay un río interno de remordimientos que moja el entresueño,
cuartillas impregnadas de habitaciones,
aire viciado en el pañuelo
del crepúsculo que no deja fluir la respiración,
sino esta sed
entre el aleteo muerto del granito:
entre el matorral y la memoria abigarrada.
Sólo nos habitan espacios con este dolor de lágrimas.

¿Qué nos queda, después, de esta piel gastada del agua,
de tanto invierno de trabajar ventanas,
de cada hueso de rocío
que se ha ido acumulando como un escapulario
de campanas mudas?

No sé si al final del túnel,
exista alguna luz o sólo estas filosas
aristas del abandono,
el río de cenizas de mi propia sombra,
el sonido hueco del destino,
la herida lechosa del escombro
en el corredor de pinos del escombro,
recuerdos de manos cotidianas
que el tragaluz póstumo desnuda en las encías.

Sé que voy ciego de dientes retorciendo múltiples amarillos,
mundos cada vez distantes girando en los relámpagos:
hay candados
por todas partes gastados por el moho, 
hachas de todo tamaño de desolación,
a veces frondas con centímetros de herrumbre.

En la entraña muerde la boca de la noche,
quemo el incendio
de los viejos periódicos,
amanezco en la costilla de los paraguas,
sin ningún horizonte con la luz a cuestas dentro una mazmorra.

¿Hacia qué boca de sal me lleva este delirio,
el suspiro que a veces yerra en las piscuchas,
brutal como el cuerpo
extenso de la muerte,
lluvia tras la muerte de los pensamientos,
vívido rapto de un ciego frente al espejo,
piel agotada
en la maroma de las sombras,
en el bosque largo de las vísceras?

Un día habré de saberlo.
Un día, clausurados todos los hermetismos,
las semejanzas y las diferencias, los arrepentimientos,
los cargos de conciencia del soliloquio de la marioneta,
el monólogo de los zapatos de lo efímero,
la herradura del ciempiés de la calvicie.

Un día de risa de mendigos. Un día invernal,
congregada la lluvia
en mis sienes, sin la caja de Pandora maloliente,
con la vehemencia
y el agua quiera de las acequias.

Descalzo siento la sordidez de los guijarros
y la rigidez del suelo
y el rito ardiente de las hormigas.

Después de todo, soy mi propio espejo:
vivo y me oigo,
me hundo,
pero ¿quién no se hunde vencido en la hojarasca,
en la bóveda que los mismos pensamientos van construyendo?

Vivo pese a todo.
Cada vez el poema es mi casa.
El poema, digo, que me permite seguir muriendo en el grito.
Vivo en el centro del dolor, sustraída de golpe la conciencia.

Barataria, 2013
Del libro “CUERVO IMPOSIBLE”, 2013(inédito). 138 pp
© André Cruchaga

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