jueves, 1 de febrero de 2018

RECUENTO

Imagen: Pinterest






RECUENTO





…en la lluvia de tinta que me atraviesa con espejos
tus ojos mágicos como un árbol degollado…
Benjamín Péret




Profundidades inmensas
las agujas de pronto en las encías.

El cuerpo helado como una paz sin brazos
—herido el rostro
por el paso de los años,
la niebla en el pecho.

El viento cae:
—es un susurro de alas quebradas,
de alas sin cuerpo, espejo deteniéndose,
ahora en los ojos.

En las cuencas cae el musgo del cuerpo
—la armadura
de los muertos
—tu armadura con manos de medianoche.

(Ya no te reconozco cuando rasgas el día)…

Ahora expiran los bastones de sal de las mejillas:
las diademas del arco iris,
la sábana a oscuras de la habitación.

Hoy vivimos días de odios y falsas esperanzas
donde se derrumban los jardines:
crujen las encías en los pañuelos
y en ventanas secas, el tizne de los féretros.

Qué fe hará la vida menos miserable,
qué fuerza para ya no mirar la última agonía,
los caballos abrasados
del miedo o la duda o el infinito ruido
que haces en la llaga.

(Hay deseos de convertir las sombras en ceniza.)

No pensar en lo vivido,
vaciar cada subibaja de las pupilas,
saltar al otro lado
sin repetir las mismas palabras:
—esas palabras que mastican los niños
incomprensiblemente,
esas confusas carrozas
de sangre en los ojos,
esos senos de tumba que perdieron
el sonido repetido de la luz,
ahora cruel estantería
encallada en el pasado.

Uno anhela en cierto modo
el perfume de los años bisiestos.

Uno despierta en la mañana con una sed absurda
de sanatorio sumergido.

Cruzan las calles
los peldaños ahogados del sueño:
líneas sin páginas la limosna de los brazos,
las escaleras de mi idiotez,
el alud de recuerdos en el ventarrón
de mis cuadernos,
el hambre o la muerte matando el día.

Sopla la luz en el rostro
—sopla esa misma demencia
de los espejos:
la cara de los nombres que nunca tuve,
la noche como un solo camino,
las calles como una sola noche.

(Los ojos envejecen al igual que el día.)

No hay oraciones que quiten este pavor
—uno lo intenta;
pero atrás quedaron los últimos gestos del deseo.

Ahora ya no regreses.
Aquí hay una ciudad de locura.
Aquí el frío se tornó una espada con ejército.
Y nadie puede
entrar salvo los huesos de los acantilados,
y los cuchillos
de la Nada resueltos irremediablemente.

(El tiempo, sórdido,
quema el lecho y el vaso que nos contiene.)

El eco, sólo es eso:
el eco de los pasos que no se anidaron,
los murciélagos que florecieron en el sosiego de la cueva,
la realidad a expensas de la conspiración,
el azúcar sin campanas de la asfixia,
los surcos decapitados de los zapatos.

Mis demonios caminan sobre paredes heridas.

La última lluvia está por caer en las manos:
—No hay ángeles,
sino un crucifijo,
única evidencia, de este peregrinar
lamiendo el asombro de la noche
y la obscenidad
repitiéndose como una ceremonia en la lengua,
como un cráneo
en el cenicero de las sienes.

Del libro “HORA DE TRENES”, 2008 (Inédito) 179 pp
© André Cruchaga

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