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POSESIÓN DEL DOLOR
La libre posesión del dolor, su dulce sombra,
rehaciéndonos de nuevo, diminutos.
Julia Otxoa
Aquí
pasa el tiempo con el huracán de las moscas.
La
Nada fue preñada de sospechas;
después
la página con su tinta desgarrada.
En
cada excavación del alma, balcones de engaño
como
un cónclave de cieno.
Aquí
revivo el cascajo de los días promisorios:
faroles
indelebles,
pero
ya enmohecidos por el lupanar de la angustia.
Desde
siempre he caminado en el desierto
como
un nómada en medio de dunas;
arde
la escritura en los yaguales del sueño,
el
acecho que madura en las sombras,
la
dureza absoluta de las navajas en el aroma,
la
pestilencia de las moscas a la hora
de
la siesta con todo el caos que produce la chatarra.
Y
así debo continuar la marcha,
entre
abandonos y desperdicios de tiempo;
lanzando
a la calle los fósiles de mi saliva,
el
mismo lodazal de siempre,
las
ganzúas que sostienen el aliento,
el
tren de diluvios convertido en blasfemia.
Hay
huracanes
que
duelen en el aliento como una estocada a mansalva;
existen,
ahora,
razones
para desconfiar de la risa,
de
aquellos ruidos
silenciosos
que atisba la conciencia en su trance:
y
claro, ante el delirio se sazonan las razones,
el
cielo falso de las palabras,
el
misterio que nos arrebata el sueño.
A
temprana hora he vislumbrado
lo
que después sería una tortura:
las
suspicacias que carecen de fronteras,
la
transfusión compatible de las liturgias,
el
musgo hecho destino.
(A menudo la duda prende la lámpara
del desasosiego:
sé que atardece en las venas igual
que las sombras
que lamen los urinarios la noche.
Supuse silencios diferentes en mi
cuaderno;
grazna el desastre de lo que
presentía.
Enmudezco. Aguanto el dolor en mis
barrotes.
Descorro la claridad en mis pupilas:
de seguro habrá tiempos mejores
que éste mancillado por la ceniza del
galope.
Al final, cada quien dará cuentas de
su propio olvido;
yo me quedo mudando,
mientras tanto, la sal de las ojeras,
los propios demonios
envilecidos de la tortura. Me quedo
así:
análogo a la sombra,
a la carreta de medianoche de la
muerte.)
¿En
qué tiempo volveremos a la risa después de transitar
en
medio de tanta desesperanza y aforismos siniestros,
colgados
del atril de lo inesperado,
moribundos
de carne y pensamiento?
—Saber
la trama, es entender la batalla;
por
cierto, (en un país como el nuestro)
y
ante tanta espera
me
he dado cuenta de los absurdos,
que
me ha provocado el hastío.
Debo
decir que puertas y ventanas
me
han vuelto un ser inadaptado:
quizás
porque siempre he buscado claridad donde no la ha habido;
quizás
porque de pronto mi guarida
dejó
de serlo y ahora me aferro a los nuevos tiempos.
A
veces la historia personal es sólo un juego de ardores,
mundos
fijados por sílabas,
taburetes
de ingobernable lenguaje.
Ahora
más que antes,
me
doy cuenta que ciertas acechanzas,
sangran
hasta consumir los sueños.
Esto
lo supe hoy, después de transgredir el jardín
prohibido
de la confianza.
(No se trata de rumiar y darle vuelta
a la página,
sino de hacer una lectura perfecta de
la maleza.)
Del
libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito). 119 pp
©
André Cruchaga
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