Imagen tomada de la red
FÉRETROS
Así pasa la vida, vasta
orquesta de Esfinges
que arrojan al Vacío su
mancha funeral.
César Vallejo
Pesan
tanto los féretros enloquecidos en mis párpados
que
he decido hacer un almácigo de espejos,
fermentar
los números del calendario en la ceniza,
recrearme
en
la jaula de las mareas.
De
otro modo deja de tener sentido el desalojo del aliento,
la
puerta estrecha de las monedas en mis bolsillos,
el
bosque del contrasentido de la lengua,
Diógenes
en los fragmentos del alma,
del
yute del horizonte sin más sombras
que
las contradicciones que dan las renunciaciones.
Nos
mordemos los calcañales al pie de los cementerios:
nosotros,
los de siempre,
abatidos
por las municiones de la noche,
nosotros
en el ciclón ambiguo de los guijarros,
entre
tejados y escarabajos,
en
medio de tantas lámparas de grises.
La
lengua oscura de la madera nos llama a la cena,
océanos
de memoria hierven, migran,
hacia
los vegetales de la moche,
hacia
el fermento del ojo sobre la piedra-mundo de lo absurdo.
A
veces la miseria nos divide a dos mitades:
caminamos
entre calles sin sostenes;
¿podremos
soñar algún día
libres
de ciudades enmohecidas?
¿Serán
las vitrinas las únicas abejas transparentes
alrededor
de los ojos,
o
es sólo el espejismo de nuestros últimos días?
—Cada
vez nos volvemos inciertos
en
el riachuelo de la salmuera;
el
hierro retorcido del silencio también con nosotros
en
el gozne del día,
en
la banca despoblada de la noche,
en
esa dichosa costumbre de velar espectros punzantes,
el
tiempo herido con sus dedos de viaje,
caballos
sin cascos en la oscuridad,
relámpagos
ciegos en el vómito.
—Pesás
como la piedra caída en el pecho,
todas
las horas del hambre
ahora
en el moho verde de las cunetas,
siempre
la noche en el dintel de la puerta,
el
ardimiento de las bitácoras y las declaraciones a deshora
de
la aurora decapitada del cortejo con la muerte.
Siempre
uno está en ese trance de sombras y contrarios,
rodando
los anillos oscuros de la sed,
las
costillas atropelladas de pretéritos,
los
misterios brumosos de los tizones,
a
fin de cuentas, huesos
del
arado de los pájaros en el surco interior de la piel.
Nada
queda de todos los colores devorados por los alfileres
arrojados
a las ventanas,
a
la mesa que ahora tiene la forma
de
mausoleo, el mantel de jardines inexorables,
a
la lista de espera
que
el vértigo desabrocha en la pizarra del torrente.
(Nos acompañan los féretros con sus
ojos
de triunfante caravana,
y el galope del viento que nos
arrastra en pedazos.)
En
los párpados todavía pesa la vigilia del hacha,
la
cobija
desorbitada
de las olas,
la
diadema de la oscuridad con sus dientes calcinados,
con
toda el agua subterránea de los náufragos.
(A pesar de la extraña letanía de
esfínteres
y el párpado de desgano de la madera,
no tenemos elección mientras nos
arrastra
lo inhóspito:
los cuerpos vencidos que descienden a
lo yerto.)
Barataria, 2011
Del libro “EN ALGÚN LUGAR
INEXISTENTE”, 2011-12 (inédito). 130 pp
© André Cruchaga
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