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TRASPATIO
A primera vista en su
persona no se notaba nada extraordinario,
pero después de algún
tiempo, el más mediano
observador podía advertir
algo extraño que llamaba
poderosamente la atención.
Baldomero Lillo
Sobre
el ojo de agua, el ojo del espejo,
la
silueta desbordada,
el
tiempo que pasa traicionando la conciencia;
cada
día somos
diferentes
en la sombra repartida:
pasamos
al vértigo
terrestre
del traspatio,
al
vuelo corrosivo al ras del suelo,
a
las aguas del delirio que nunca pudieron ser contenidas
en
las sienes y el pecho.
Un
día y otro día mordemos las esquinas,
escribimos
en los ojos al margen de las molduras de la letra,
sobre
el vidrio plano de la sinuosidad aparente.
No
sé si los sueños forman parte de la memoria,
o
es la memoria
la
que los reaviva con la puerta abierta de la boca o el viento.
Sólo
sé que la porfía en demasía hace más adustos los sueños,
ese
trajín de irrealidades sin cadencias.
(De
repente hay necesidad de troquelar las certidumbres.
O
soportar la ebriedad de tantas cicatrices.)
No
me fío de la imagen que lanza piedras sobre las pupilas,
ni
de los contornos de saliva que ahogan.
(—Me
cuestiono
ante
las escamas de mi imagen:
qué
haces, —le digo—,
mientras
por mi mente corren los acantilados del viento.
Soy
yo, o simplemente, el catálogo de la sombra,
los
olvidos reprimidos,
los
epitafios que a propósito he escrito
en
orden alfabético.
Tanto
he caminado que duele la existencia;
tanto
me he visto, que ligero le doy vuelta a la página.
Sólo
me propuse, a fin de cuentas,
escribir
mis excentricidades;
jamás
me he detenido en las de los demás,
sino
en las patas de gallo de la costumbre,
en
la cara que tengo frente al espejo:
desde
luego ya no es la misma:
así
ha cambiado la sombra,
la
metodología del suicidio,
los
rasgos deliberados de la cara.
El
espejo sigue igual, salvo que la salmuera lo corroa,
lo
empañe o lo quiebre de tanta sal acumulada.
La
luz me ha jugado sucio
cuando
he querido escribir las sombras
que
mastican los dientes,
la
tinta negra en el cuaderno.)
Me
doy cuenta que en muchas partes se valida la neutralidad:
una
vez corrida la suerte,
cualquier
itinerario es válido como premisa.
Claro
que a menudo se rompe el espejo,
porque
el que habla desconcierta a la sombra que lo refleja,
a
la conciencia descalza al otro lado de las horas,
en
el traspatio
donde
no hay testigos que desvelen la noche.
Por
cierto que en este diálogo de espejos aviesos,
he
perdido el tiempo en vez de ganarlo:
las
rarezas congestionan mi entendimiento,
el
desnivel de las explicaciones me lleva al naufragio,
cada
litoral que diviso
es
una línea ambigua
y
no el rectángulo perfecto donde me refracto.
No
termino de ver los pies hinchados de la historia,
ni
los calcetines gastados de la ciencia y la posmodernidad;
veo
el resumen hipnótico de mi silencio en el espejo,
y
los desagravios acumulados que dan las campanas.
Lo
demás es historia. Extraña historia: pretéritos,
indicativos
de mi propio incendio.
Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011
(inédito). 119 pp
© André Cruchaga
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