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LLUVIA DEL CUERPO
El camino de tierra que
conducía al manicomio
se despliega otra vez como los ojos…
se despliega otra vez como los ojos…
Roberto Bolaño
Arde
la lluvia del cuerpo,
—despedazados
pañuelos de este oleaje
de
trajinar en medio de antiguas identidades;
consume
desde la ventana de los poros,
huésped
la sal que meció los alelíes del cansancio
y
la desconfianza;
también
la duda ha saltado de su recinto de sombras,
los
vedados paraguas del follaje:
la
realidad siempre es otra,
y
no la que ven nuestros sentidos,
por
eso existe la confusión
y
de pronto se alargan las distancias,
las
paredes del insomnio,
el
hollín del desvelo con su secuela de sombreros mortuorios,
o
el manicomio con moscas y deseos.
—Quizás
debamos entender la lluvia amarga de la breña,
descifrar
el sangrado mortecino de la polilla,
entender
la fugacidad del viento,
decirle
adiós a los días que caen como castillo de naipes.
Siempre
resulta difícil adueñarse de la luz
de
las ventanas,
descifrar
los mensajes del arrepentimiento,
no
permitir que los recuerdos conviertan en sal el calendario,
ni
en hollín el trabajo diario del tiempo.
(Ante la adversidad,
son necesarios trocitos de paciencia;
ante lo insensible,
el mejor antídoto es la indiferencia:
así he salido de la locura
y bebo de los manuales que escribí
junto al espejo.
Aunque desde luego, no hay recetas,
ni arte culinario que valgan
para atizar los ojos de caballos
infinitos
o quitar las máscaras que pululan
como seres normales
en la calle de todos los días.
Evito el prurito de las almas
contritas:
pienso en la fetidez del cielo:
ya antes, la ambigüedad atizó mis
sentidos;
lo irracional mordió las cortinas del
aliento.
Descubrí los significados
desvanecidos de los centavos
con un puñado de tierra en la boca.
Nunca ha sido fácil entender el ADN
de la luz,
el gris de las palabras con piñatas,
el arco iris a punto de ser daga.
A tiempo he descubierto el chip de
las simulaciones,
el inconsciente anterior a la
escritura.)
Ahora
debo entender el homicidio de cada uno de los días:
aquel
puñado de relativismos que la gente común no entiende;
transitar
las magnificencias del futuro
con
esos pensamientos fundamentalistas de las esquinas:
a
menudo sesgamos la lucha
diaria
con la intriga;
nos
persignamos, pero envenenamos
con
el desastre los propios pensamientos.
Después
de tanta violencia desgarradora,
lo
único que deseo es una luna almidonada sin naufragios,
el
sosiego despojado de alambradas
y
otros materiales deleznables.
(Quizás una gaviota o una amante que
me recuerde el último
orgasmo riguroso al trasluz de
cualquier sabiduría.)
Ha
llegado el momento de decirle adiós a toda pesadilla:
los
ruidos en vez de los destellos;
la
ficción en vez de lo real.
(Soporto la muerte, pero también
estas ganas de abrazarte.)
Todo
ha sido atroz: junto al sarcasmo,
el
pecho vencido por el humo;
junto
a la red de los pescadores la podredumbre de las estaciones,
los
cielos filtrados en los andenes,
la
piel mordida por el desmayo.
(Arrecia la lluvia en nuestros vastos
sentidos y también,
enfermamos de cipreses y escarcha:
sin cobija voy reptando a tus pupilas
con la desmesura
del índigo entre las manos.)
Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito). 119 pp
© André Cruchaga
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