lunes, 5 de febrero de 2018

LLUVIA DEL CUERPO

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LLUVIA DEL CUERPO




El camino de tierra que conducía al manicomio
se despliega otra vez como los ojos…
Roberto Bolaño




Arde la lluvia del cuerpo,
—despedazados pañuelos de este oleaje
de trajinar en medio  de antiguas identidades;
consume desde la ventana de los poros,
huésped la sal que meció los alelíes del cansancio
y la desconfianza;
también la duda ha saltado de su recinto de sombras,
los vedados paraguas del follaje:
la realidad siempre es otra,
y no la que ven nuestros sentidos,
por eso existe la confusión
y de pronto se alargan las distancias,
las paredes del insomnio,
el hollín del desvelo con su secuela de sombreros mortuorios,
o el manicomio con moscas y deseos.

—Quizás debamos entender la lluvia amarga de la breña,
descifrar el sangrado mortecino de la polilla,
entender la fugacidad del viento,
decirle adiós a los días que caen como castillo de naipes.

Siempre resulta difícil adueñarse de la luz
de las ventanas,
descifrar los mensajes del arrepentimiento,
no permitir que los recuerdos conviertan en sal el calendario,
ni en hollín el trabajo diario del tiempo.

 (Ante la adversidad,
son necesarios trocitos de paciencia; ante lo insensible,
el mejor antídoto es la indiferencia:
así he salido de la locura
y bebo de los manuales que escribí junto al espejo.
Aunque desde luego, no hay recetas,
ni arte culinario que valgan
para atizar los ojos de caballos infinitos
o quitar las máscaras que pululan como seres normales 
en la calle de todos los días.
Evito el prurito de las almas contritas:
pienso en la fetidez del cielo:
ya antes, la ambigüedad atizó mis sentidos;
lo irracional mordió las cortinas del aliento.
Descubrí los significados desvanecidos de los centavos
con un puñado de tierra en la boca.
Nunca ha sido fácil entender el ADN de la luz,
el gris de las palabras con piñatas,
el arco iris a punto de ser daga.
A tiempo he descubierto el chip de las simulaciones,
el inconsciente anterior a la escritura.)

Ahora debo entender el homicidio de cada uno de los días:
aquel puñado de relativismos que la gente común no entiende;
transitar las magnificencias del futuro
con esos pensamientos fundamentalistas de las esquinas:
a menudo sesgamos la lucha
diaria con la intriga;
nos persignamos, pero envenenamos
con el desastre los propios pensamientos.

Después de tanta violencia desgarradora,
lo único que deseo es una luna almidonada sin naufragios,
el sosiego despojado de alambradas
y otros materiales deleznables.
(Quizás una gaviota o una amante que me recuerde el último
orgasmo riguroso al trasluz de cualquier sabiduría.)

Ha llegado el momento de decirle adiós a toda pesadilla:
los ruidos en vez de los destellos;
la ficción en vez de lo real.
(Soporto la muerte, pero también estas ganas de abrazarte.)

Todo ha sido atroz: junto al sarcasmo,
el pecho vencido por el humo; 
junto a la red de los pescadores la podredumbre de las estaciones,
los cielos filtrados en los andenes,
la piel mordida por el desmayo.

(Arrecia la lluvia en nuestros vastos sentidos y también,
enfermamos de cipreses y escarcha:
sin cobija voy reptando a tus pupilas con la desmesura
del índigo entre las manos.)


Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito). 119 pp
© André Cruchaga

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