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SANTUARIO DEL ESPÍRITU
igual que van los ríos a
los pájaros…
Eunice Odio
En
el rio de los nombres secretos, el tiesto del alma, paciente,
incólume,
el tálamo en la carne,
solar
desvelo de la noche
en
los brazos de Ícaro, sustancia del poniente puesta en la luz:
días
siempre arraigados al ombligo de la risa, no al bostezo,
en
medio del cierzo o la niebla,
en
la caverna acaso de la flauta irisada,
el
ápice de la esperma en los fuegos fecundos del hechizo ciego
de
los sentidos que alcanza en la desnudez,
líquidos
profundos,
petates
seminales donde se hunde el confín,
encabritados
caballos en los poros,
sin
que dejen de ser ese santuario
de
espejos anhelantes, sin que la alacena deje de ser tejado,
barcos,
trenes estacionarios en el viento,
sombras
escritas en la memoria,
quizás
reflejo de tantas batallas implacables.
Aquí,
no en cualquier parte, en el helado cielo del anhelo,
el
destino juega con árboles de ausencia,
—con
los días quemados
en
el taburete del incensario,
en
las mañanas donde cada aliento
suele
ser diferente;
de
pronto, caigo en la cuenta que el espíritu,
es
ese reflejo de cuadernos desnudos desenterrados del polen,
sueños
donde la luz es paisaje de vitral con pájaros.
O
un lugar inexistente al filo de la locura. Un cuerpo liado
entre
moscas y cadáveres.
(Cada día es un templo:
allí, tus muslos locos de mariposa en
mi boca,
las arenas movedizas, confusas del
ansia,
las noches glaciales
que parecen inmutables en mis manos,
los pies del imaginario frente al
obelisco
hormigueante del arcoiris,
el tiempo mordido por lo subterráneo
de la saliva.)
Caminamos.
Llueve
la turba de los grises sobre los crisantemos,
llueven
llamas liquidas en la flauta del vértigo,
llueven
pergaminos
en
la concavidad de tu ombligo
destinado
a la invocación de los estambres.
Sangro.
Sangra el césped sobre el suspiro,
labios,
mundo, materia
como
éter,
como
la seducción que suscitan los retablos.
—(Ay, nos gastamos los días, las
direcciones,
los coágulos que nos deja la soledad,
los ahogos del mundo,
el oleaje embalsamado de la
infancia.)
Nos
desgasta la liturgia de la fugacidad.
el
sabor postrero del lienzo de tus encajes,
la
puerta falsa de las sombras,
el
designio de ser siempre
náufrago,
hiato de bocas sin paraguas.
—(Ay, cuánto grito en la herida del
campanario del respiro:
sed a punto de ser barco,
paraguas dolientes en la
horizontalidad de la entraña,
en esta esclava metamorfosis del
musgo.)
¿Alguna
vez fuimos sin dejar de ser?
La
ola del arrebato nos roba el pan,
detrás
de la muerte la vida nos olvida:
una
hoja se mueve en el nido
de
los parpados,
y
entre el ciprés colgado del alero,
siempre
vos, alma, serena en la mirada de la noche.
Barataria, 2011
Del libro “EN ALGÚN LUGAR INEXISTENTE”, 2011
(inédito). 130pp
© André Cruchaga
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