miércoles, 14 de febrero de 2018

SANTUARIO DEL ESPÍRITU

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SANTUARIO DEL ESPÍRITU




igual que van los ríos a los pájaros…
Eunice Odio




En el rio de los nombres secretos, el tiesto del alma, paciente,
incólume, el tálamo en la carne,
solar desvelo de la noche
en los brazos de Ícaro, sustancia del poniente puesta en la luz:
días siempre arraigados al ombligo de la risa, no al bostezo,
en medio del cierzo o la niebla,
en la caverna acaso de la flauta irisada,
el ápice de la esperma en los fuegos fecundos del hechizo ciego
de los sentidos que alcanza en la desnudez,
líquidos profundos,
petates seminales donde se hunde el confín,
encabritados caballos en los poros,
sin que dejen de ser ese santuario
de espejos anhelantes, sin que la alacena deje de ser tejado,
barcos, trenes estacionarios en el viento,
sombras escritas en la memoria,
quizás reflejo de tantas batallas implacables.

Aquí, no en cualquier parte, en el helado cielo del anhelo,
el destino juega con árboles de ausencia,
—con los días quemados
en el taburete del incensario,
en las mañanas donde cada aliento
suele ser diferente;
de pronto, caigo en la cuenta que el espíritu,
es ese reflejo de cuadernos desnudos desenterrados del polen,
sueños donde la luz es paisaje de vitral con pájaros.

O un lugar inexistente al filo de la locura. Un cuerpo liado
entre moscas y cadáveres.

(Cada día es un templo:
allí, tus muslos locos de mariposa en mi boca,
las arenas movedizas, confusas del ansia,
las noches glaciales
que parecen inmutables en mis manos,
los pies del imaginario frente al obelisco
hormigueante del arcoiris,
el tiempo mordido por lo subterráneo de la saliva.)

Caminamos.
Llueve la turba de los grises sobre los crisantemos,
llueven llamas liquidas en la flauta del vértigo,
llueven pergaminos
en la concavidad de tu ombligo
destinado a la invocación de los estambres.
Sangro. Sangra el césped sobre el suspiro,
labios, mundo, materia
como éter,
como la seducción que suscitan los retablos.

—(Ay, nos gastamos los días, las direcciones,
los coágulos que nos deja la soledad,
los ahogos del mundo,
el oleaje embalsamado de la infancia.)

Nos desgasta la liturgia de la fugacidad.
el sabor postrero del lienzo de tus encajes,
la puerta falsa de las sombras,
el designio de ser siempre
náufrago,  hiato de bocas sin paraguas.
—(Ay, cuánto grito en la herida del campanario del respiro:
sed a punto de ser barco,
paraguas dolientes en la horizontalidad de la entraña,
en esta esclava metamorfosis del musgo.)

¿Alguna vez fuimos sin dejar de ser?

La ola del arrebato nos roba el pan,
detrás de la muerte la vida nos olvida:
una hoja se mueve en el nido
de los parpados,
y entre el ciprés colgado del alero,
siempre vos, alma, serena en la mirada de la noche.

Barataria, 2011
Del libro “EN ALGÚN LUGAR INEXISTENTE”, 2011 (inédito). 130pp
© André Cruchaga
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