lunes, 19 de febrero de 2018

OJOS PARA CADA DÍA

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OJOS PARA CADA DÍA




te revelo
que el mundo es una graciosa mentira inventada por el
buen humor de los mártires.
Aldo Pellegrini




Hay ojos y párpados para cada día,
manos apretadas en lo oscuro,
en las sienes devuelvo la claridad de los días grises,
la respiración que emerge de la tormenta  de los meses.
A punto de abrir los abanicos del agua, las sombrillas,
la explosión a bocanadas,
el ciego interrogando la piel,
los cuerpos anteriores al fuego,
el guante del contraluz en el tiesto del musgo,
la boca, las bocas inmóviles,
la ropa iluminada en la plantación
del destello, palabras contra el desamor,
el nosotros sin excusas,
la lengua sin manchas,
plumas blancas del ave
en la paciencia del horno del murmullo,
la hamaca verde
de la saliva en pos de la panadería del cuerpo,
―nosotros que no sabemos de razones,
ni de mar al unísono,
sino de mareas a punto de reventar toda la espuma del mar,
de saltar sobre el trapecio del ardimiento,
trepando a las tabletas del cielo,
allí, vos, los sueños, cada instante insólito,
estrella tutelar de la rosa del reloj colgado de las sienes,
¿cuánta alegría cabe en la constelación de un solo día,
en el tabanco o el altar,
en la escalera o el retablo,
en el saco de yute,
en la alforja ennegrecida de la herrumbre,
en la sarna de la sal,
en el sol estrujado en las estaciones,
en la respiración de la acuarela
de los dormidos,
en el pañuelo que de pronto pierde los pespuntes,
sin pezones de cierzo,
sin poemas apacentados en las manos?

―Hay claridad y sombra para todos los días:
lo supe cuando la salmuera rompió nuestra ternura,
vi partir la estrella intacta de las caricias,
creíamos entonces,
que todo era resplandor,
pero no, también los días se visten
de rostros ciegos,
ahora tenemos la evidencia,
los pensamientos y la mirada interior,
sajados por la turbación del viento.

Si al menos supiéramos los niveles del frío,
si quitáramos el quejido de lo subterráneo,
tendríamos un jardín
rojo en nuestras miradas,
una forma diferente de la mirada,
un afán de sabores sin corromperse en el vinagre.
Tenemos, sin embargo, ojos para cada día:
para vos, para mí,
para que crezcan las espigas sin desfallecer,
el pubis de amaranto derramado
en la boca, intacto el espejo del jadeo,
el fuego del caracol calentando la boca,
el árbol acumulado en el olfato,
la espiga de las palabras bañada con capiteles
de pájaros desnudos,
con una sola melodía desposada sobre la estantería
de los inventarios del azúcar.

Cada día acumulamos destino en nuestros zapatos:
así, tenemos mundos para cada instante;
así acumulamos litorales,
siempre a tono con los párpados.

Nos afirmamos o negamos: la vida, después de todo,
no es otra cosa,
sino una constante de ritmos y crepúsculos,
una razón para latir cada día en la alucinación de los calcetines,
y hasta en la adormecida furia de los cadáveres.

(Uno vive, por cierto, santiguándose en cada calle
y discurriendo en ese juego democrático de las felaciones.)

Barataria, 2012
Del libro “EN ALGÚN LUGAR INEXISTENTE”, 2011-12 (inédito). 130 pp
© André Cruchaga
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