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HORA DE ALAS
en esta hora
de alas el telar marca mis pasos mientras las hojas del hemisferio caen
indecisas en el péndulo del labio sangrante el tiempo nos envuelve con sus
sábanas avaras: el algún momento nos hemos vuelto prisioneros del follaje
enclaustrado al filo de tantas noches siempre buscando el cauce del desagüe y
sin posible salida del fondo repetitivo de las sombras la tempestad nos ha
hecho un himno de acribilladas inundaciones: golpes de relámpagos y relojes con
rieles de lejanía gira el pulso en los anillos efervescentes de los poros todo
es a través de esta escalera del trópico la red o el horizonte en los juegos
del azar el rascacielos en el prisma subversivo de la ventana agigantada de los
ojales: hoy es hora de alas al triangular la dimensión de los colores y
pulverizar el cuello del zodíaco todo ya sobre la mesa las mañanas y el mosaico
del cordaje la lectura de los poros con la pipa de la saliva y el ala
intermedia del viento sobre el cuaderno abierto del pecho somos como esos caminantes rotos en su
herida: cada ventana fluye sin descanso ciertamente porque el destino es un
insomnio de párpados quien quiera que perciba esta hora sabrá velar el sueño
sin fatiga el despertar desde los escombros de la inmortalidad derramada acaso
porque el pálpito en un oleaje anclado en el vuelo te miro desde las ramas del
invierno encima de los pinos que nos arranca la boca justo donde juega el
sinfín de los jardines ahí donde las aguas aletean al despertar desprendido del
jadeo la trenza del eco en el nacimiento del espejo si habríamos de nacer ya hemos nacido: la
claridad no tiene fechas quizás cálices y esplendores —frente al cuaderno insepulto del ungüento vos en el resplandor del
mediodía y junto al almanaque que zurce el escote de los metales la fuerza que nos amarra
y el puerto que nos remonta a los corales a través de este desorden de
la conciencia los alambres sin tregua de la desnudez el hambre del
fermento en temperaturas frenéticas los
altos eucaliptos en la estación a contraluz de las aceras sólo la intrepidez es
capaz de derribar las distancias del crepúsculo y las estanterías de los
almacenes oscuros repartidos en la secularidad de los ladrillos yo sé que las
calles y geranios envejecen de nostalgia pero también sé que en el rapto hay caballos móviles que
renuevan el galope sin las defunciones del azogue también sé que en la memoria
la amatista talla malecones parecidos a la risa confío en eso más allá de los
domingos y los primeros balbuceos del paisaje: no hay razón que impida
profundizar en el aliento salvo la desesperanza anclada en una bicicleta
Barataria,
27.XI.2012
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