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ÁMBITO DE LA MADRUGADA
la mañana
mece brazadas de espejos ahí donde los transeúntes dejan su convulso rastro y
aunque parezca irracional respiro con claridad las aguas de la memoria: en el
tranvía de la meditación las calles transversales del aliento y junto el
cuaderno de las heridas sobre la mesa de trabajo afuera la juventud de los
árboles y en cierto modo un sesgo de luz a través de las ventanas todo confluye así en las líneas del tiempo y
la germinación de los brazos en los muslos invertidos de la tinta en esta
fiebre por el aire al abrir los sueños hacia lo real y ascendente todos los
sentidos se concentran en el taller y hago por supuesto que desfallezcan las
disonancias de las ramas que caen en los ojos en la humanidad del viento y el
murmullo decanto el surco con el arado y se abren los caminos de la
compensación así es como muero a diario en la boca del cuaderno ¿perdurará la
memoria del aliento? —me pregunto después de escribir y callar— sobre mi sombra otras
sombras acumuladas los recuerdos diseminados en cada rosa del alfabeto todos
los días muertos sin la lumbre del ocote del golpeteo del nido en él quedan
todos los silencios la vena rota en la intimidad de cada palabra todo lo que
pareció una eternidad y fue efímero: a qué camino voy después de todo sin una
boca que hable sin una puerta que respire umbrales con los ojos apretados de tumbas casi como la
ciencia del olvido sobre la hoja descendí a la herrumbre y al fuego atizado sin
más camino que la fosa donde se petrifica la demencia de los bolsillos esperé
en el desván del hambre y sólo obtuve los días de aguas residuales y el tizne
desmedido del azar también en el poema he jugado con los pañuelos y me han
herido también en la deshora los verbos
rotundos y esa sombra de las prestidigitaciones al roce de la piel el filo
indefinible de la sangre agitada el dolor de estar vivo y ser disparado desde
una azotea pero en vez de huir seguí con
el poema apreté las colillas del páramo y desde el ritmo interior del aliento
las manos fueron así apartando el matorral de la tierra de labranza —más valdría claro no haber clavado mis ojos en el horizonte que la
soledad es mayor cuando se marchitan los jardines: alrededor del poema queda el
espejismo y la sospecha de que uno ya no es el mismo cuando deviene el
cansancio en el ámbito de la madrugada el cristal de zinc de la piel derramada
la ceniza honda de la brasa y la indolencia de la tinta ¿qué me queda después
de todo este juego de aguas del poniente rasgado en mis ojos? el cuerpo entero
del poema y “el camino sobre el campo inverso” de la voz…
Barataria,
08:XII.2012
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