Imagen cogida de la red
CAMINOS HORIZONTALES
En el posterior
cementerio del tiempo, todos los caminos de cipreses desaparecidos:
los
nombres, los zapatos, las cruces, el llanto de siempre
y su
silencio, el viento rondando las fronteras esféricas de la saliva.
A veces es plomizo
el último aliento de los caminos horizontales del contagio.
Uno siempre
quiere desatornillar el sinfín de lo interminable, quitarle el luto
a la
carcoma, morder el aguacero que cruza los párpados.
En el
suburbio de polvo o el asfalto, los charcos de lápidas y fotografías,
parecen
alambradas de inmóviles sonambulismos.
Por doquier
la somnolencia avienta sus desechos y
una que otra idolatría.
Uno
encuentra de todo en la fila india de las cornisas: allí se afeitan
los
excrementos y esa eterna porfía de la navaja de barbero.
Sin ninguna
Providencia llevamos el hígado a cuestas: no hay hondonadas,
salvo las
ausencias de pésames en las estanterías del calendario.
Después de
todo, resulta macabra la sonrisa en medio de obituarios ilegibles.
Solo en la
noche me siento a la orilla de mis fragmentos.
Hay ojos
extendidos hasta donde el cuerpo batalla con los peces.
Nos golpea
la linterna de las palabras, esa luz cumplida que nos sostiene.
Siempre
resulta extraño el vaciadero de sonidos de las campanas.
El otro día
quería tocar con la punta de los dedos cada uno de los estornudos
que se
publicitan en los periódicos: ahora resulta que ya tienen alivio
mis ahogos y
todos los próximos ayeres que circulan en el aire.
Nunca es
fácil el camino sobre todo cuando está cerca. Indago. Me echo a reír.
Barataria, 2016
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